V e i n t i c u a t r o

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O bueno, cosquillas sí porque estaba carcajeando de lo lindo.

—No entiendo por qué la vida me castigó con este hermano —dramaticé, cesando mi ráfaga de manotazos.

—Si tuvieras otro no sería igual de divertido que yo. Sabes que le doy sabor a tu vida —se jactó, abriendo la puerta de mi lado y luego la suya.

—Al menos el otro hubiera sido gentil y amoroso —seguí hablando, mientras descendía del vehículo.

—Te lo dije, mi sol, si hay alboroto es porque nuestros muchachos ya llegaron —se hizo escuchar mi padre, apareciendo frente a nosotros con mamá caminando detrás de él.

Ella llevaba en su mano un cucharón de palo que conservaba rastro de comida.

—¡Papá! —me abalancé hacia él, envolviendolo en un fuerte abrazo. Un abrazo que de verdad necesitaba.

—Mi mujercita —contestó, acariciándome el cabello—. Me alegra mucho tenerlos aquí este fin de semana.

—Y a nosotros también estar aquí, papá —replicó Spencer, quien tomó el cucharón de mamá para lamerlo—. Umm exquisito.

Mamá le arrebató el utensilio, acercándose a mí. Me saludó y me dió un abrazo rápido.

Entramos a la casa y todo estaba igual a cuando nos habíamos marchado, a excepción de una pintura gigante que adornaba la sala. Nunca entendí qué representaba el dibujo, porque eran figuras aleatorias sin una conexión muy definida, pero fue obsequio de nuestra abuela y allí permaneció por muchos años, intacta.

—¿Y la pintura de la abuela? —inquirí, sentándome en el sofá principal.

Mamá y papá se miraron.

—Resulta que tu padre tuvo la maravillosa idea de traer un demonio a la casa —ironizó mamá y como si la palabra demonio fuera efectiva, unos ladridos se hicieron escuchar al igual que los maullidos de quien sospechaba era nuestra gata Daisy.

Un fila brasilero de color café claro, y que parecía estar en la fase de la adolescencia, perseguía a nuestra gata, derribando todo a su paso. Abrí mis ojos con sorpresa y papá salió corriendo tras el animal.

—Armagedón, no molestes a Daisy —le gritaba y el perro lo ignoraba. Parecía que le hablara a la pared.

No pude contener la risa al escuchar el nombre y ver al gran empresario Sean siendo incapaz de manejar a su propia mascota.

—Pero le atinó en el nombre, deja solo destrucción a su paso —bromeó Spencer, riéndose conmigo.

—No es gracioso, ese perro está a poco de dejarnos sin casa —refunfuñó mamá, caminando hacia la cocina.

No tardó mucho en volver a la sala.

—Es cuestión de que lo sepan entrenar, mamá. Aún están a tiempo —intentó alentarla Spencer y papá regresó con el perro, el cual ya llevaba su correa puesta y con Daisy en brazos.

—Aun estamos a tiempo de que acabe con mi pobre niña —mencionó con miedo, incitando a papá a que le entregara su adorada gata.

CalumWhere stories live. Discover now