33. ¿Y si llegaba tarde?

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Guido.


El volante se me escurre entre los dedos, aunque no lo suelto. Mis nudillos están blancos de tanto intentar aferrarme a él. Mis ojos fijos en la ruta, el mundo entero podría estar prendiéndose fuego a los costados y yo seguiría mirando para adelante.

No puedo verla. Está sentada al lado mío, no dijo una sola palabra desde que subimos. Sé que está despierta. Escucho su respiración cómo si la tuviera en los oídos. Pero algo en su cuerpo quedó allá, no sabe en qué tiempo está viviendo. Y lo entiendo. Porque yo tampoco lo sé.

El tipo está en el asiento de atrás, con la cara medio tapada, atado como si fuera un animal. Martín. No sé ni su apellido. Pero sé que estuvo a un segundo de llevársela. De meterla en un auto, de sacarla de mi mundo, de alejarla de mí. Y eso no lo voy a dejar pasar.

Trago saliva. Tiene sabor a furia, a desesperación. A miedo, tengo mucho miedo, aunque nunca lo diga.

No me la vas a sacar, hijo de puta.

Ni vos, ni nadie.

Freno de golpe en un semáforo, aunque no hay autos. Abril se tambalea, no me mira. Pero la siento tragar aire, como si recién ahora se acordara de que está viva. Quiero decirle algo, no sé qué. "Estás a salvo", capaz. Pero suena vacío, porque yo no estoy seguro de que lo esté.

La encontré justo a tiempo. Pero ¿y si no? ¿Y si llegaba tarde? Me hubiese vuelto loco. No hay otra. Me hubiese hecho mierda por dentro.

—¿Estás bien? —pregunto al fin, sin mirarla.

Su voz es tan baja que si no fuese por mis poderes no la hubiese escuchado.

—Sí...creo que sí.

Creo.

Ese "creo" me parte el pecho. Porque es Abril. La mina que se bancó todas, que me miró con los ojos llenos de miedo mil veces, y me dijo que todavía me elegía. Y ahora duda. Y yo no sé si es por él, o por mí.

Me estaciono frente a casa. El mismo lugar de siempre, pero hoy lo siento diferente. Porque ya no es un refugio.

Bajo primero. Abro la puerta trasera, y miro a Martín. Tiene la cara golpeada, el labio partido, todavía no se cura del todo. Me gustaría que le doliera más. Pero está dormido, inconsciente, o eso parece. Con esa expresión de satisfacción maldita, como si todo hubiera salido según su plan.

No sos tan inteligente, flaco. No contabas con que yo iba a estar ahí. Con que iba a llegar justo cuando la tenías hipnotizada, obligándola a besarte.

Me tiembla una mano. Respiro hondo, no es momento de perder la cabeza. Siento a Abril detrás mío, parada en la vereda. Me doy vuelta, me mira por fin. Y entonces lo dice. Con esa voz de ella, que a veces suena más fuerte que la mía.

—Gracias por venir.

Yo no sé cómo contestar. Porque no fui, no fue un favor. Fue...instinto, fue amor, fue miedo. Fue todo al mismo tiempo, todo lo que me hace sentir, y a lo que no estoy dispuesto a renunciar nunca más. A veces pienso en el tiempo antes de ella, en ese siglo de vacío, de tranquilidad, de nada. No sé cómo hice para sobrevivir sin todo ésto. Sin ésto que me agobia pero me impulsa a seguir, porque ahora tengo a alguien por quien hacerlo.

No podría decírselo, ya lo he intentado mil veces y no me sale. Así que solo asiento, y le extiendo una mano.

—Vamos adentro, vos primero.

Ella duda, pero entra. Yo me quedo un segundo más. Miro el cuerpo del tipo, aprieto los dientes.

No le voy a sacar nada en éste estado. Pero Patricio...Patricio sí.

ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora