32. Todavía tenés elección

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El ruido fue lo primero que escuché. Un golpe seco, una puerta que se abrió sin permiso. Me moví sin ganas, con los párpados pesados y el cuerpo entrelazado con el de Guido, tibio, desnudo, con una manta colgando a medio camino entre el pudor y la provocación.

—Ah, bueno. Qué postal. ¿No sabían que el sofá era de uso común?

La voz me despertó más que una alarma. Patricio.

Me incorporé de golpe, el corazón disparado. Guido también. Nos miramos con esa mezcla de culpa y risa que da cuando sabés que no hiciste nada malo, pero igual te pescó tu vieja.

—¿Qué hacés, Pato? —soltó Guido, medio dormido, medio irritado.

—Yo diría que la pregunta es qué hacían ustedes —respondió él, con la ceja arqueada y una sonrisa canchera que no le llegaba a los ojos.

Busqué mi remera a tientas entre los almohadones del sillón. Guido ni se apuró, se quedó sentado, con el torso desnudo y esa actitud de "me chupa todo un huevo" que solo él podía sostener incluso cuando lo descubren desnudo en plena sala de estar.

Fijé mi atención de pronto, dándome cuenta de que el vampiro del medio no estaba solo. Julia estaba al lado de Patricio, de la mano. Entrelazados. Cómodos. Como si fuera lo más normal del mundo llegar así, tipo seis o siete de la mañana, agarrados como si volvieran de una cita romántica.

—Ah mirá —dije, sacándome la manta de encima mientras me acomodaba la remera—. ¿Salieron a pasear al amanecer o están practicando para los votos?

Julia se soltó de golpe. Como si le hubiera mordido la mano una víbora. Se cruzó de brazos, la cara entre incómoda y culpable.

—No es lo que parece —dijo, bajito.

—Ay, por favor. ¿Podemos dejar de decir "no es lo que parece" cuando es exactamente lo que parece? —seguí yo, sin poder evitarlo. Me salía sola la ironía como mecanismo de defensa. Regalo de mi nueva amistad con Patricio.

Guido se rió bajito. Se estaba abotonando la camisa sin apuro, como si estuviéramos en medio de una sitcom de bajo presupuesto. Patricio, en cambio, parecía haberse desconectado por completo. Ni nos miraba ya.

—¿Dónde está la sangre? Tengo hambre. —preguntó, seco.

Guido señaló la cocina sin mirarlo.

—Heladera. Segundo estante.

Y sin más, Patricio desapareció por el pasillo. Julia se quedó un segundo más, inmóvil, como si dudara entre decir algo o huir. Eligió lo segundo. Se fue a su habitación, cerrando la puerta sin hacer un ruido.

Nos quedamos solos.

Yo parada frente al sofá. Guido sentado, con el botón del pantalón todavía desabrochado y una sonrisa ladeada en los labios.

—Bueno... —empecé, cruzando los brazos— eso fue incómodo.

—Un poquito —dijo él, y me miró con esos ojos oscuros que me hacían olvidar que ya no estábamos solos.

—Un poquito —repitió Guido, con la voz que le sale rasposa cuando recién se despierta—. Aunque no puedo culparlos. El timing fue horrible, pero la situación...bastante graciosa.

Me acerqué, ahora que el caos se había evaporado del ambiente, como si todo hubiese sido una ráfaga incómoda que ya no dejaba huella.

—¿Te reís porque zafaste de que Patricio te vea desnudo, o porque te pareció tierno ver a tu hermano entrando agarrado de la mano con mi amiga?

ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora