Capitulo 25

24 1 0
                                        


POV – Eijiro Kirishima

Volver a la ciudad no se sentía como una despedida amarga. Era... distinto esta vez. Tal vez porque habíamos dejado una parte de nosotros en esa playa perfecta. O tal vez porque todo lo que importaba seguía a mi lado, bostezando al otro extremo del asiento del taxi, con el ceño fruncido y las gafas de sol caladas hasta la mitad de la nariz.

—No entiendo cómo carajos no te diste cuenta —masculló Bakugou, señalando mi brazo con expresión de absoluto fastidio—. Estás rojo. Literalmente. Pareces una langosta con músculos.

Me aguanté la risa. No quería provocarlo más. Aunque la verdad... sí, me había pasado un poco. No había querido ponerme bloqueador por no "romper el momento", según yo. Mala decisión.

—Vamos, no está tan mal —respondí, intentando sonar convincente.

—¿No está tan mal? —repitió con una carcajada irónica—. Eijiro, estás ardiendo. No te puedo ni abrazar sin que te quejes. ¿Qué clase de héroe olvida ponerse protector solar?

—Uno enamorado —dije, dándole una sonrisa ladeada.

Bakugou soltó un bufido, pero vi cómo sus mejillas se teñían apenas de rosa bajo las gafas.

—Idiota.

—Tu idiota.

—Cállate.

No lo hizo enojado. Ni molesto. Lo hizo con esa voz baja, resignada, casi suave, que usaba solo cuando estaba realmente feliz. El taxi dobló por nuestra calle, y Bakugou suspiró, acomodándose en el asiento mientras miraba por la ventana.

—Igual... te ves bien así —añadió tras unos segundos de silencio, sin mirarme directamente.

Me giré hacia él, sonriendo.

—¿Ah, sí?

—Sí. Te ves como si hubieras pasado unos días increíbles... con alguien que te quiere tanto que te arrastra hasta el puto paraíso para verte sonreír.

Mi pecho se apretó un poco. No porque me sorprendiera que lo dijera. Sino porque, a su manera, acababa de resumir lo que habíamos vivido juntos.

—Tú también te ves increíble, Katsuki. Incluso con esa cara de gruñón que traes.

—Esta cara es natural. No seas imbécil.

Ambos reímos. El auto se detuvo frente a nuestra casa. Mientras bajábamos las maletas, lo vi estirarse y fruncir el ceño al mover la cadera.

—¿Todavía te duele? —pregunté, acercándome.

—Calla.

Le tomé la maleta, sonriendo de medio lado.

—Te prometo no dejarte tan adolorido la próxima vez.

—No me prometas mierdas que no vas a cumplir.

Nos miramos. Y en medio de la acera, del ruido, del sol que empezaba a ocultarse otra vez sobre la ciudad... lo besé.

Solo un segundo. Solo porque sí. Solo porque estaba feliz.

Y porque, aunque la playa había quedado atrás, nuestro pequeño pedazo de paraíso seguía intacto... en los pasos que dábamos juntos.

—Joder... —me quejé por quinta vez desde que entramos al departamento—. Creo que hasta los párpados me duelen, Katsuki.

Solté la última maleta en el suelo y me dejé caer en el sillón como si fuera el fin del mundo. El bronceado romántico que me había ganado se sentía más como una maldición con cada centímetro de piel ardiendo.

Recuerdos de lo que fuimos (Kiribaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora