Mía.
No dijo ni una palabra en todo el viaje. Yo tampoco.
Cada tanto lo miraba de reojo, tratando de leerle algo en la cara, pero estaba en modo piedra: mandíbula apretada, cejas levemente fruncidas, la mirada clavada en la ruta como si manejar fuera lo único que le quedara en el mundo.
La quinta quedaba lejos de cualquier cosa. No había casas cerca, ni autos pasando, ni una puta señal de civilización. Solo campo, árboles, y una quietud que lograba ponerme los nervios de punta.
El lugar era enorme. Viejo, descuidado, pero imponente. La casa de piedra tenía las ventanas con las cortinas cerradas desde afuera, y todo alrededor era puro verde salvaje: pasto alto, arbustos enredados, plantas que crecían como se les cantaba. Había hasta un rosal explotado en una esquina del jardín, con espinas más grandes que las flores.
Me bajé del auto sin decir nada, con ese zumbido en el cuerpo que está ahí constantemente desde que cambié. Como si tuviera electricidad bajo la piel. Un poder que pide salir, que empuja desde adentro sin que yo sepa todavía cómo manejarlo. Calor en las manos, cosquilleo en la nuca, una especie de vibración en los dientes, como si pudiera prenderme fuego si me concentrara lo suficiente.
—¿Es acá? —pregunté sin esperar respuesta. Gastón solo asintió con la cabeza. Ni me miró, en cambio, caminó hacia la entrada con pasos lentos. Lo seguí, porque qué otra cosa iba a hacer. Aunque parte de mí quería agarrarlo del brazo y decirle dejá de escapar de mí, pelotudo, otra parte sabía que si lo tocaba en ese momento iba a alejarse más. Y no quería eso.
Adentro estaba todo en silencio. Polvo en los estantes, muebles cubiertos con sábanas, olor a madera cerrada. Encendió un par de luces, las justas. Lo demás quedó en penumbras. Me saqué la campera y la dejé en una silla. Sentía el calor subiéndoseme por la espalda.
—¿Cuánto vamos a estar acá? —pregunté, mirando alrededor.
—Una semana. Más si es necesario.
Su voz me sorprendió. Era grave, baja, pero no cortante. Más bien como si hablara desde lejos.
—¿Y qué se supone que vamos a hacer en una semana? ¿Convertirme en un vampiro civilizado?
Él apenas esbozó una sonrisa sin humor. Me miró por primera vez desde que salimos de la ciudad. Fue únicamente un segundo, pero su mirada me atravesó. Era miedo. Y yo lo sentí también. Pero el mío era otro.
Yo no le tenía miedo a él.
Le tenía miedo a lo que podía despertarse entre nosotros si dejábamos de frenarlo.
El patio trasero estaba invadido de maleza. Ni bien salimos, se me pegaron los yuyos a las botas. Gastón me pidió que me parara en el centro del terreno. El tono de su voz fue casi clínico.
—Cerrá los ojos —dijo—. Tratá de sentir la energía adentro tuyo. No pienses. Sentí.
No pienses. Sentí. Fácil decirlo para él. Yo tenía un enjambre adentro.
—¿Y después qué? —pregunté sin abrir los ojos—¿Cómo saco la energía para afuera?
Silencio.
No me respondió. Solo dio una vuelta a mi alrededor, como si me midiera desde todos los ángulos. Sentí su presencia detrás mío. Su sombra parecía tragarse la mía.

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ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAG
VampireElla siempre había deseado que finalmente aquellos ojos que tanto admiraba un día se fijaran en su dirección. Observaba embelesada como sus manos recorrían aquella guitarra, con su cabello rubio descansando sobre sus hombros y su semblante enigmátic...