30. Vamos a ver una película

760 79 67
                                        




Julia.



La casa estaba en silencio. Como si alguien hubiera muerto pero nadie se animara a decirlo en voz alta. Yo revolvía una taza de café frío con la cucharita oxidada que Guido se negaba a tirar. Tenía tiempo de sobra y ganas de nada. Un combo mortal.

Me gustaba la terraza de noche, cuando no había nadie. Sin Abril intentando salvar el mundo. Sin Guido lamentando su amor perdido. Y sin él.

Hasta que apareció.

Patricio entró sin hacer ruido. Siempre hace eso. Como si el piso no se atreviera a sonar cuando lo pisa.

Se apoyó en el marco de la puerta, cruzado de brazos. Me miró como si ya supiera lo que estaba pensando. Lo odié un poquito por eso.

—Esta noche te voy a llevar a un lugar. Vos y yo solos.

Ni un hola. Ni un "¿cómo estás?". Directo como una daga al cuello.

—¿Y si te digo que no? —pregunté sin mirarlo, dándole otra vuelta sin sentido al café.

—Mentís mejor cuando no me mirás —contestó él, sin una pizca de duda.

Me obligué a levantar la vista. Él seguía ahí, con esa cara de no tenerle miedo a nada, mucho menos a mí.

—¿Y qué se supone que vamos a hacer? ¿Otra salida de las tuyas? Ya tuve bastante con la última.

—Vamos a ver una película —dijo. Y sonrió sin mostrar los dientes.

Me reí. No porque fuera gracioso, sino porque no entendía qué carajo estaba haciendo.

—¿En serio?

—En serio.

Hubo un silencio. De esos largos, que se estiran hasta que algo se rompe. Esta vez, fue él quien se movió primero. Se dio media vuelta y se fue por donde había venido, sin agregar nada.

Y yo me quedé ahí. Con la cucharita en la mano, el café frío, y el corazón latiendo como si fuera a algún lado.

Porque la verdad, sí quería ir.

Y eso era el problema.

No le dije que sí. Tampoco le dije que no.

Pero sin embargo lo seguí desde atrás por media casa. Noté su cuerpo salir por la puerta principal y me quede ahi parada un instante. Procesando si realmente era buena idea cruzar el umbral.

Llegué a la conclusión de que no. Pero igual lo hice.

Solo subí al auto cuando lo vi esperar afuera, recostado sobre el capot como si lo hiciera todas las noches. Como si no supiera que todavía estoy tratando de odiarlo.

Ni siquiera pregunté a dónde íbamos. Me limité a subirme, abrocharme el cinturón y mirar hacia adelante como si no lo sintiera al lado.

Como si no recordara cómo se sentía tenerlo encima.

Cómo ardía su sangre en mis labios.

Lo increíblemente bien que se veía sudado y gimiendo mi nombre.

—¿Querés que ponga música o seguimos con tu silencio incómodo? —dijo, mientras arrancaba.

—¿No te cansa hacerte el gracioso todo el tiempo? —respondí, sin mirarlo.

ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora