La jornada fué pesada, me bajé del auto sintiendo el frío calarme por los huesos. En cuánto entré a la casa pude notar que había algo distinto. Había una calma especial. Dejé las llaves en la mesa y caminé en silencio, suspirando con pesadez en cuánto el calor del interior chocó contra el frío gélido de Buenos Aires, provocándome un estremecimiento.
Desde el pasillo escuché una guitarra. Primero pensé que era un parlante, pero la ejecución tenía esa cosa cruda, de alguien que no toca para gustar, sino para sacar lo que tiene adentro. La guitarra lloraba, podía sentir su dolor, y reconocí quién era el único que podía lograr aquello. Patricio. Y después, su voz.
La voz de Guido.
Me frené en seco. No esperaba escucharlo cantar. No esperaba que estuviera ahí.
Me acerqué un poco más. Los vi: Patricio con la cabeza agacha, la guitarra en sus manos, mientras con los ojos cerrados recorría los trastes cómo si los conociera de memoria. Guido, parado al lado, con los ojos también cerrados, cantando como si la vida se le fuera en eso.
—Una y otra vez, yo me vuelvo a equivocar. Sabía lo que hacía y cómo iba a terminar. No hay suerte ni justicia, alguien tiene que pagar. Hoy me andan buscando por toda la ciudad
Me mordí el labio. Lo escuché bien, fuerte, y algo me dolió en el pecho. No porque la letra fuera triste —que lo era—, sino porque su voz la hacía real. Guido no estaba actuando. Estaba confesando.
—Ya no sé si importa, pero te pido perdón. Aunque no me arrepienta, porque tengo razón.
Quise retroceder. Dejarlo con su dolor, su guitarra y su hermano. No invadirlo. Pero tampoco pude moverme. Me quedé clavada ahí, con el corazón hecho un lío.
—Mi virgen querida, de mí nunca te escondes. Guíame que ésta noche mis enemigos comen. Irán por mi cabeza, y todo lo demás. Mi angustia y mi tristeza es su felicidad.
Patricio tocaba sin mirarlo, pero estaba con él. Lo acompañaba de una forma que pocas veces vi entre ellos. Como si estuvieran conectados por algo más que la sangre. Por las heridas, tal vez. Por el vacío.
—Sí, me he equivocado, pero soy un buen hombre. Llevo mil cicatrices que no me corresponden.
Me apoyé contra el marco de la puerta. Tenía los ojos llenos de agua, pero no lloraba. Porque era una canción, sí, pero también era una decisión. Lo sentí. Lo supe.
La voz de Guido tembló en el estribillo. Lo suficiente como para que me doliera el pecho y se hiciera difícil respirar.
—Voy a irme muy lejos, mi amor... donde sopla el viento y suena esta canción. Voy a irme lejos de los dos, si nadie me conoce o sabe bien quién soy.
Me apreté los brazos con las manos. Sentí frío. Sentí que él ya se estaba yendo, incluso antes de moverse. Y yo ahí, parada, sin saber cómo frenarlo.
La canción terminó como si ya no quedara nada más que decir.
Guido bajó la mirada. Patricio fue el primero en hablar.
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
Guido demoró en contestar. Caminó hasta la ventana y movió un poco la cortina, mirando hacia el exterior, dejando que la noche se hiciera presente entre los vidrios.
—No —dijo, sin darse vuelta—. Pero creo que es lo mejor para todos.
Me tragué un suspiro. No sabía de qué hablaban, pero lo intuía. Y no quería escucharlo. No quería que se fuera. La ironía me pegó como un cachetazo. Me alejé para cuidarme. Para buscar claridad. Y ahora que lo tenía ahí, cantando su propia despedida, no quería hacer otra cosa más que volver.

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ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAG
VampireElla siempre había deseado que finalmente aquellos ojos que tanto admiraba un día se fijaran en su dirección. Observaba embelesada como sus manos recorrían aquella guitarra, con su cabello rubio descansando sobre sus hombros y su semblante enigmátic...