XXII

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Todo estaba dispuesto: el espejo, el pentagrama, los pergaminos, los hechizos y las personas involucradas. Pero había un obstáculo inesperado. No bastaba con llegar y liberar al pequeño Lan del espejo. Para traerlo de vuelta, era necesario abrir un portal, uno que alguien debía cruzar para encontrarlo. No era una tarea difícil en sí misma, pues la técnica utilizada era similar a aquella que permite ingresar al mundo inconsciente de otro cuando este no puede o no quiere despertar. Después de todo, aquel Gusu Lan alterno había sido creado sin intención por XiChen. Era un reflejo de su mente.

Lan Zhan y QiRen comenzaron el ritual, interpretando en sus instrumentos musicales, invocando el alma perdida. Cuando esta respondió al llamado, su silueta emergió en el reflejo del espejo. Entonces llegó el momento de RuoHan, quien se preparó para abrir el portal. La responsabilidad de cruzarlo recayó en Wen Xing.

Lan Huan acudió a la residencia al escuchar, esta vez, el sonido de dos guqin entrelazándose en el aire. La melodía no era un mero eco distante; era un llamado, una advertencia. Lo iban a sacar de ese lugar. Su madre vendría por él. Debía estar preparado.

El pequeño tembló. No sabía cuál sería su destino, aunque la posibilidad más cruel y realista era que su alma se disipara, obligada a entrar en el ciclo de la reencarnación. La tristeza se anudó en su pecho. Su vida había sido breve, demasiado breve. Solo quería más tiempo con su familia, su pequeño hermano. La certeza de que no volvería a estar con ellos  le desgarraba.

Una tenue luz comenzó a vibrar en el espejo. Al principio solo un fulgor incierto, pero con el tiempo se hizo más intensa, delineando sombras hasta convertirlas en formas definidas.

—¿A’Huan? —susurró Wen Xing.

El niño alzó la mirada. Sus ojos reflejaban el brillo del espejo.

—¿Madre...? —musitó, apenas atreviéndose a pronunciar la palabra.

—Sí, soy mamá.

La figura cruzó el umbral de luz, y el instinto de años contenidos llevó a Wen Xing a estrechar a su hijo contra su pecho. El pequeño, sin titubeos, le devolvió el abrazo con la urgencia de quien teme perderlo de nuevo.

Wen Xing sintió la calidez de su pequeño cuerpo contra el suyo. Se sorprendió al darse cuenta de que el contacto era real, tangible. ¿Era porque estaban en ese mundo? ¿Porque aún estaba atrapado allí? Un pensamiento sombrío la atravesó: si lo llevaba de regreso, ¿lo perdería para siempre?

El reencuentro fue emotivo. Wen Xing no dejaba de repetir una súplica ahogada, pidiendo perdón una y otra vez a su bebé, como si las palabras pudieran deshacer el destino impuesto.

—Te sacaré de aquí —le aseguró, con determinación—. Antes de irte, podrás ver a toda la familia reunida. Tendrás la oportunidad de despedirte.

La sonrisa en su rostro apenas ocultaba la tristeza.

Lan Huan tembló y su mirada reflejaba una angustia demasiado grande para su corta edad.

—¡Tengo miedo! —exclamó.
Sus dedos se aferran al hanfu de su madre

—Mi pequeño tesoro… —Wen Xing lo envolvió en otro abrazo, apretándolo contra su pecho, como si quisiera protegerlo de un destino inevitable—. No debes tener miedo. Vas a estar bien.

Las lágrimas temblaron en sus pestañas. —Te amo, mi niño —dijo, y ante el peso de sus palabras se quebró en llanto.

Lan Huan sollozó, —¡No quiero irme! —su voz se quebró en angustia.

Wen Xing le sostuvo el rostro entre sus manos, su mirada firme en la del pequeño. Sus dedos se deslizaron por la cabeza de su hijo en un gesto de consuelo. —No te preocupes. Es bien sabido que todos reencarnamos dentro de la misma familia —susurró con suavidad—. En tu próxima vida… quizá yo sea tu abuela.

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⏰ Última actualización: Jun 04 ⏰

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