Capitulo 13

45 4 0
                                        


POV: Kirishima Eijirou

Desperté con el sol colándose por la ventana de mi cuarto. Ni siquiera recuerdo cuándo me quedé dormido. Había dejado el celular sobre la mesita, como cada noche, con la estúpida esperanza de ver al menos un mensaje suyo.

Nada.
Ni una palabra.
Ni un maldito "hola".

Me quedé mirando el techo por un rato, sintiendo el peso de ese silencio hundirme más y más. Había hecho lo correcto. ¿No?

—Sí, fue lo mejor para los dos —me dije a mí mismo, como si repetirlo lo hiciera más cierto.

Pero me conocía. Sabía que estaba mintiendo.
Porque si de verdad hubiera sido lo mejor, ¿por qué dolía tanto? ¿Por qué cada parte de mí lo seguía extrañando?

Apreté los dientes con fuerza y me senté en la cama. Sentía rabia, tristeza, frustración... una mezcla explosiva que necesitaba soltar de alguna forma antes de romperme por dentro.

Me puse la ropa de entrenamiento, salí sin decir nada a nadie y me adentré en el bosque. El mismo donde solía venir a entrenar cuando necesitaba despejar la cabeza. Pero esta vez no era para pensar. Esta vez era para castigarme.

Caminé hasta que el ruido de la ciudad desapareció por completo. Solo el sonido del viento y mis propios pasos quedaban. Me paré frente a un árbol grande, viejo, y activé mi endurecimiento.

—¡Vamos! —grité.

Y golpeé.

Una.
Dos.
Tres veces.

Con cada golpe, la corteza del árbol se resquebrajaba. Y también mi piel. Aunque estuviera endurecido al máximo, mis nudillos comenzaron a sangrar, pero no me detuve.

—¡Idiota! ¡Cobarde! ¡Mentiroso! —gritaba, no sé si refiriéndome a él o a mí mismo.

Golpeaba como si pudiera sacar de mi cuerpo todo lo que dolía. Como si rompiendo ese maldito árbol pudiera romper también el vacío que se me había instalado en el pecho desde que lo dejé ir.

—¡Te sigo amando! ¡Maldita sea, Bakugou! —grité entre lágrimas, jadeando, sintiendo cómo la garganta me ardía de tanto gritar.

Mis brazos temblaban, la sangre caía por mis dedos endurecidos, y mis piernas amenazaban con fallar. Aun así, no me detuve. No podía. No hasta vaciarme.

—¿Kirishima?

Me congelé.

Giré lentamente y vi a Mina. Estaba con ropa deportiva, sudada, con cara de preocupación.

—¿Qué haces acá? —preguntó, dando unos pasos hacia mí.

—Entrenando —respondí, con la voz tan rasposa que apenas me reconocí.

Ella me miró, bajó la vista a mis manos ensangrentadas y luego me miró de nuevo.

—¿Así entrenás? —murmuró, pero en su tono no había juicio. Solo tristeza.

Bajé la mirada. No podía sostenerle la vista.
Ella sabía.
Siempre supo.
Y yo estaba cansado de fingir.

—Lo extraño, Mina... —dije al fin, sintiendo cómo otra lágrima escapaba de mis ojos—. Lo extraño tanto que me está destrozando.

Ella caminó hasta mí y me abrazó sin decir nada. Yo no me moví. No tenía fuerzas.

—Creí que alejarme iba a ayudar —seguí hablando, con la voz quebrada—. Pero lo único que hice fue romperme más. Me odio por no poder olvidarlo... por haberlo dejado pensando que era lo mejor, cuando en realidad me mentía.

Recuerdos de lo que fuimos (Kiribaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora