Dante.
Conseguimos una casa preciosa, a unas cuadras de donde viven mis padres, en una zona tranquila, rodeada de árboles altos y calles que huelen a pan recién hecho por las mañanas.
Es una casa grande, no voy a mentir. Techos altos, ventanales de piso a techo, madera oscura en los marcos, y una puerta principal tan imponente como cálida. Val y yo la elegimos porque no solo tenía espacio, tenía alma. Desde el primer momento en que entramos, supimos que ahí íbamos a escribir el resto de nuestra historia.
Tiene dos plantas. En la de abajo hay una sala enorme, con una chimenea de piedra y un sofá en forma de L que Val eligió porque "se ve perfecto para ver películas los domingos". Hay una cocina de ensueño, con isla de mármol, gabinetes de nogal y un horno doble que Tadeo ya había declarado como suyo aún cuando él no vivía aquí.
El comedor da a un jardín trasero lleno de luces cálidas que se encienden al anochecer. Ahí tenemos una mesa larga de madera reciclada, donde ya imaginamos las cenas familiares, mamá le dio el visto bueno y nos hizo prometer que organizaríamos algunas reuniones pronto.
Y no se le puede decir que no a Daphne Lombardi.
El cuarto que más amo, sin embargo, es el más sencillo. Lo llamamos "el cuarto de los sueños", aunque todavía está medio vacío. Solo hay una cuna blanca que montamos una tarde entre risas, unos cuentos que compramos en una feria, una lámpara con forma de luna, y un sillón que cruje cuando te sientas.
Todavía no hay niños en casa. Pero ya hay espacio para ellos.
A veces sorprendo a Val ahí, parada en el umbral mirando hacia la habitación desocupada y encuentro una ilusión en sus ojos que me envuelve el corazón. Porque es evidente que ella piensa en una familia.
Y yo quiero todo con ella.
Tal vez es por eso por lo que aprovechando que ella se tomó todo el día para estar con Eva, me encuentro en la casa de mis padres.
Mamá me mira con una sonrisa que no puede contener, papá a su lado suelta una risa como si no le sorprendiera en realidad lo que acabo de decirles.
—Repite eso —dice ella con una sonrisa.
—Quiero pedirle que se case conmigo.
La sonrisa de mi madre se hace más grande. Como si eso fuese posible. Noto la emoción destellando en sus pupilas.
—Era cuestión de tiempo —dice ahora papá mientras se recuesta en el su asiento. —De hecho, considero que ya te habías tardado.
Mamá le lanza una mirada de reproche.
—No le digas eso —objeta —se estaba tomando su tiempo, ¿cierto cariño?
Asiento, aunque mi pecho se siente más apretado de lo que imaginaba. Paso las manos por mis piernas, nervioso.
—¿No creen que sea muy pronto? Con todo lo que pasó, con lo que ella vivió, con... nosotros. No quiero que piense que la estoy presionando, que no respeto su proceso.
Papá me observa en silencio unos segundos, y luego sacude la cabeza.
—Nunca es demasiado pronto para reconocer el amor, hijo. Ustedes dos... —se ríe, bajando la mirada como si recordara algo—. Hay una intensidad en ustedes que no se ve todos los días. Se aman, con todo lo que son, con todo lo que han vivido. Y eso no es algo que se dé por casualidad.
—Valentina es la mujer de tu vida —dice mamá con ternura—. Se nota en cómo la miras, en cómo hablas de ella. Y también se nota en cómo te mira ella a ti. Créeme, yo lo sé. Las mujeres no fingimos eso... no cuando es real.

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Un desastre llamado amor.(SL#6)
Teen FictionDante Lombardi lo tenía todo: una prometedora carrera, un futuro estable y la mujer con la que planeaba casarse... hasta que la encontró en la cama con su mejor amigo. Atrapado entre el orgullo y la rabia, tiene la certeza de que el amor no es más q...