Capitulo 6

55 6 0
                                        


Eijiro Kirishima – POV

Los días pasaron como una tormenta silenciosa. No hubo gritos, ni discusiones. Solo ese vacío que se instala cuando dos personas que solían compartirlo todo dejan de mirarse a los ojos. Él dormía con la puerta cerrada, y yo... bueno, yo hacía todo lo posible por mantenerme ocupado. Por no cruzar la línea que él mismo dibujó con su dolor.

Pero dolía. Cada paso que daba en este departamento, cada taza, cada prenda, cada rincón... me recordaba a él. A su forma de gruñir cuando el café no estaba lo suficientemente cargado, a sus silencios prolongados que solo yo aprendí a leer, a sus gestos mínimos que nadie más notaba pero que para mí eran un mundo entero.

Y me harté de esperar.

Esa noche, o madrugada mejor dicho, me levanté sin hacer ruido. Eran las 3:27 a.m. Me senté en el borde de la cama y me miré las manos. Estaban temblando. No de miedo. De decisión. Lo amaba, maldita sea. Lo amaba demasiado como para seguir fingiendo que podía ser solo su sombra.

Fui directo a la laptop y reservé dos boletos de tren hacia un lugar apartado. Una zona tranquila, lejos del bullicio de la ciudad. Donde solíamos hablar de futuro... antes de que todo se apagara.

No sabía si él querría ir. No sabía si siquiera me miraría. Pero si no lo intentaba, me iba a consumir desde adentro.

A las 6:10 a.m., ya estaba en la cocina. Me puse el delantal, el mismo que tenía una quemadura en la esquina gracias a una explosión accidental suya. No lo cambié. Me negaba a hacerlo.

Preparé su desayuno favorito: huevos con arroz al vapor, un poco de tocino crujiente, jugo natural de naranja, y el café justo como le gustaba, fuerte, sin azúcar, pero con un poco de leche fría. Lo conocía tan bien que incluso sabía en qué taza ponerlo: la roja con el diseño desgastado de una calavera que fingía odiar, pero siempre usaba.

El aroma llenó el departamento. Y con él, una esperanza. Una tímida, pero persistente esperanza.

Dejé la mesa servida y fui a su puerta. Dudé por un segundo. Inspiré hondo.

Toqué suavemente.

—Bakugou... —mi voz sonó más tranquila de lo que me sentía—. Sé que estás cansado de mí... o de todo esto. Pero hoy tengo el día libre. Y hay algo que me gustaría mostrarte. No tienes que decir que sí... pero desayuné contigo muchas veces, y hoy me gustaría que lo hicieras conmigo, solo una vez más.

No hubo respuesta.

Tragué saliva. Dejé una nota sobre la mesa con los boletos. Y me senté en el sillón, con la taza de café entre las manos, aún caliente, aún con fe.

Y esperé.

Como lo he hecho desde que te fuiste sin irte.

Como lo haría todas las veces que fuera necesario.

El reloj marcaba las 7:12 a.m.
Ya había dado varios sorbos al café, pero no sabía si era por los nervios o por la costumbre que ni siquiera recordaba el sabor.

El departamento estaba en silencio, ese tipo de silencio tenso que solo se siente cuando esperas algo que no sabes si va a llegar. Mis ojos estaban fijos en la puerta. Cada sombra, cada crujido del piso al otro lado me hacía contener la respiración.

Hasta que pasó.

El pomo giró.

Y ahí estaba él.

Despeinado, con la camiseta arrugada y las ojeras marcadas. Bakugou. Con los ojos entrecerrados por la luz suave de la mañana, parpadeando como si no supiera por qué estaba ahí.

Recuerdos de lo que fuimos (Kiribaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora