Recuerdos de lo que fuimos (Kiribaku)

Capitulo 4

Bakugou Katsuki – POV

Pasé la yema del pulgar por la esquina del libro, deteniéndome en una página donde aparecía una imagen congelada de una batalla. Estaba en blanco y negro, con un poco de grano. El título decía: "La Última Defensa: La caída de Shigaraki y los héroes que lo enfrentaron."

Supuestamente, yo estuve ahí.

Supuestamente, fui parte de esa mierda.

Leí la misma frase tres veces y ninguna entraba. Era como leer sobre alguien más. Un héroe cualquiera, con explosiones en las manos y el corazón ardiendo. Valiente. Letal. Determinado.

No recordaba nada.

Cerré el libro de golpe. El sonido seco hizo temblar la bandeja metálica sobre la mesita. No sabía si me frustraba más no recordar... o que ese tal Kirishima creyera que esto me iba a ayudar.

Él lo había traído. Sin decir palabra, solo lo dejó a los pies de mi cama con una sonrisa triste. Como si fuera una esperanza envuelta en páginas. No entendía por qué seguía viniendo. Por qué no se largaba si ya le dejé claro que no me acuerdo de él ni lo quiero cerca.

La puerta se abrió sin que nadie tocara.

—Hora del almuerzo, Bakugou —dijo la enfermera con voz animada. Demasiado animada para ser la una de la tarde.

La bandeja aterrizó frente a mí con precisión. Un cuenco de sopa humeante, pan blando, y algo que parecía gelatina de postre. Como si tuviera cinco años.

No dije nada. Solo miré el reloj digital en la pared.

13:07 p.m.

Genial. Otra puta sopa. Otro maldito día igual.

Me sentía bien. Lo suficiente como para levantarme, patear esta bandeja y salir de aquí caminando. Pero no me dejaban. Cada revisión era una excusa. "Reposo." "Precaución." "Evaluación neurológica."

Tch.

Tomé la cuchara y removí el líquido. Había zanahoria, apio, algo de pollo... O eso creía. No me apetecía. No tenía hambre. Lo único que tenía era ese jodido hueco en la cabeza que no se llenaba con sopa ni con libros ni con gente diciendo que me conocía.

¿Cómo carajo podía haberme olvidado de una guerra? ¿De enemigos con quirks monstruosos, ciudades derrumbadas, vidas en juego?

¿Y cómo era posible que no recordara a alguien que, supuestamente, compartía una casa conmigo?

Volví a mirar el libro, cerrado sobre la cama.

No tenía sentido.

Y lo peor de todo... es que por más que lo negara, una parte de mí sí quería entender. Recordar. Saber.

Porque ese vacío en el pecho... dolía.

Estaba girando la cuchara dentro del cuenco por décima vez cuando la puerta se abrió de nuevo. Pensé que era la maldita enfermera trayendo más tonterías, pero no.

Era él.

Kirishima.

Cerró la puerta con suavidad, como si no quisiera molestar. Como si no fuera ya una presencia demasiado grande para este cuarto.

Llevaba una sudadera gris con el cierre abierto, y un parche blanco cubriéndole parte de la mejilla derecha. Bajo las mangas remangadas, vi heridas. Raspones, cortes mal cerrados, vendas mal puestas. Parecía como si hubiese salido de una pelea.

Fruncí el ceño.

¿Y ahora qué mierda le pasó a este?

No pregunté.