Capitulo 2

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Bakugou Katsuki – POV

Desperté antes de que la alarma sonara.
No porque quisiera, joder. Pero mi cuerpo ya estaba entrenado para levantarse antes del primer maldito pitido.

El cuarto estaba en silencio, apenas iluminado por el azul tenue que se colaba por las cortinas. Afuera todavía no amanecía del todo, pero ya se intuía la claridad en el cielo. El mundo entero parecía en pausa.

Me moví apenas. Quería levantarme sin hacer ruido, sin joder la calma que colgaba del aire como una manta pesada y cálida.

Y ahí estaba él.
Kirishima.

Dormido de lado, la cara hundida en la almohada, una mano extendida hacia donde yo había estado.
Su respiración era profunda, pareja. Se veía tranquilo, más que cualquier otra cosa en esta maldita vida.
Y lo odié un poco por eso. O lo amé más. No sabía bien la diferencia a esas horas.

Me quedé un momento mirándolo.
La forma en que el cabello le caía en la frente.

La comisura de los labios apenas curvada, como si incluso dormido estuviera soñando algo bueno.

Era ridículo lo mucho que me gustaba.

Con cuidado, me deslicé fuera de la cama. Puse los pies en el suelo frío y busqué mi camiseta con movimientos lentos, tratando de no hacer ruido. Tenía que irme antes de que sonara la alarma.
Antes de que empezara el ruido del día.
Antes de que el mundo exigiera que volviera a ser Bakugou Katsuki, héroe número cinco.

Me estaba agachando para agarrar mis botas cuando sentí algo tibio tomarme la mano.
Me giré, sorprendido.

—Kiri... —murmuré.

No había abierto del todo los ojos. Pero su mano seguía firme en la mía.

—No te vayas todavía —dijo, con voz ronca por el sueño—. Quédate un poco más.

Tragué saliva.
Mi instinto fue decir que no. Que tenía cosas que hacer. Patrullas. Reuniones. Una puta entrevista a las nueve.
Pero me quedé quieto.
Porque algo en su voz me pidió más que tiempo.

Me senté en el borde de la cama. Su mano todavía no me soltaba.

—Tengo que irme —susurré, aunque no sonó tan firme como quería.

—Cinco minutos —respondió, arrastrando las palabras mientras tiraba suavemente de mi brazo—. Solo cinco. No quiero despertarme y que ya no estés.

Me dejé arrastrar. Me dejé caer.
Otra vez.
Como cada maldita vez.

Me acomodé de lado, y él se pegó a mí, apoyando la cabeza en mi pecho como si ese fuera su lugar en el mundo.

—Podrías no ir —murmuró, ya medio dormido otra vez.

—Y dejar que todo se incendie sin mí —gruñí, aunque sonreí sin querer.

—El mundo puede esperar un rato. Yo no.

Sentí algo apretarse en el pecho.
Joder.
Él tenía esa maldita forma de hacer que todo lo demás pareciera menos urgente.

—Cinco minutos —repetí.

—Cinco —asintió.

Y en ese silencio compartido, entre respiraciones lentas y el calor de su cuerpo junto al mío, pensé que tal vez el ruido del mundo sí podía esperar un poco más.

Solo un poco más.


Los cinco minutos se hicieron diez.
Y diez se volvieron quince.

Recuerdos de lo que fuimos (Kiribaku)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora