Abril.
Guido seguía con su cabeza descansando sobre la madera de la puerta, con los labios manchados de rojo. Respiraba como si hubiera corrido una maratón, aunque ni siquiera estaba vivo.
—Guido... —susurré, acariciándole la mejilla húmeda de sudor frío.
Él volvió a murmurar cosas sin sentido.
—No era ella... pero parecía ella. Me mostró la sangre...dijo que era tuya...pero no era... no eras vos —Se le quebró la voz—. Yo no la dejé entrar... te juro que no.
Sentí, por más loco que se escuchara, que esas palabras no eran suyas. Cómo si Melisa estuviera implantando partes de ella en su mente, tal cual cómo supo hacer conmigo una vez.
Me aproximé a él y le permití a mis manos tomar su rostro, con firmeza.
—Miráme...soy yo. Estoy acá. No tenés que escucharla más.
Guido parpadeó, otra vez no parecía verme. Entonces lo abracé, y tuve miedo. Miedo de que ni siquiera mi sangre me ayudara a traerlo de vuelta. Miedo de que aquel abrazo fuese el último que nos daríamos. Y que nuestros últimos momentos juntos fueran los que compartimos en su cuarto, con él huyendo de nosotros por miedo a lastimarme. Para al final terminar así.
—¿Te acordás de cuando nos quedamos dormidos en el sillón, mirando esa película horrible? —le dije al oído, él asintió con suavidad. Me separé para observar su rostro, pero su mirada seguía desorbitada. — ¿Te acordás que dijiste que era la peor actuación de la historia pero no querías que la saque porque te gustaba cómo me reía?
—¿Y la noche que me dijiste que mi voz era lo único que te calmaba cuando no podías controlar el hambre? —Murmuré, sin obtener respuesta. Los recuerdos se me atragantaron en la garganta, y no me di cuenta en qué momento las lágrimas comenzaron a empapar mis mejillas. —Por favor, volvé. No me dejes sola acá...si me voy a morir hoy al menos quiero que estemos juntos, juntos de verdad. Te amo, Guido.
No aguanté más, y lo besé. Primero fue un roce, tembloroso, el cuál él no respondió. Mis manos temblaban también, una parte de mí se rompía con cada segundo que pasaba sin reacción.
Pero entonces, sentí el movimiento.
Sus labios cobraron fuerza, me agarró de la nuca, y su cuerpo se pegó al mío con urgencia. Mis manos se aferraron a su cabello, enredando mis dedos en la sedosidad de las hebras, mientras mi lengua jugueteaba con la suya cómo si fuera la última vez que íbamos a tocarnos. Mi cuerpo reaccionó a su cercanía como aquella primera vez en el backstage, su mente no estaba pudiendo controlar sus poderes y sin quererlo me estaba afectando. Yo lo deje hacer, si su cuerpo necesitaba de mi deseo para recuperar su poder, haría lo que fuera necesario por traerlo de vuelta.
Cuando nos separamos, tenía los ojos bien abiertos.
—Me salvaste —dijo, con la voz ronca, noté que de pronto ya no estaba sudando y su temperatura corporal volvía a ser la misma de siempre. Gélida, pero irónicamente llena de vida. —. No sé cómo carajos...pero lo hiciste—Apoyó su frente contra la mía y suspiró con suavidad. —. Si salimos de esta, te juro que no voy a volver a poner en duda lo que tenemos, nunca. Te amo, Apita.
Una ráfaga de viento recorrió la habitación, rompiendo el momento. Nos giramos al mismo tiempo. La puerta, que minutos antes había sido una prisión inamovible, se abrió sola.

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ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAG
VampireElla siempre había deseado que finalmente aquellos ojos que tanto admiraba un día se fijaran en su dirección. Observaba embelesada como sus manos recorrían aquella guitarra, con su cabello rubio descansando sobre sus hombros y su semblante enigmátic...