40.-Un lugar.

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Valentina

Dicen que el cuerpo olvida.

Que el tiempo borra.

Que el alma, eventualmente, encuentra la forma de cerrar sus heridas.

Pero no es verdad.

No cuando las heridas se abren en la misma casa a la que estás a punto de volver.

Por fin me han dado el alta del hospital, dos semanas desde que desperté, tres desde esa noche.

Han pasado veintiún días desde que mi vida dio un giro de ciento ochenta grados, veintiún días desde que algo dentro de mí se rompió y no estoy segura de que pueda ser reconstruido.

No he sido capaz de decirle a Dante que en realidad no quiero volver a la casa. No he podido explicarle lo mucho que me aterra el poner de nuevo un pie dentro, porque no encuentro las palabras que puedan expresar lo que realmente significa para mí.

Estoy viva, mis padres no podrán dañarme otra vez, ¿entonces porqué me sigo sintiendo tan aterrada de volver a un lugar al que consideré un hogar?

Dante conduce en silencio. Lleva mi bolso en el asiento trasero y mi mano entre las suyas, apretándola con cuidado, como si supiera que necesito algo a lo que aferrarme desesperadamente.

Y esa parte de él, la que entiende en silencio, la que no me presiona, es la que me mantiene firme. La que ha hecho que no me desmorone apenas puse un pie fuera del hospital.

No hemos hablado mucho durante el camino, él lo ha intentado, pero yo apenas y soy capaz de pronunciar una palabra.

Las calles se me hacen ajenas, como si pertenecieran a una vida que ya no es mía. Pero la casa... la casa es peor. Porque apenas doblamos la esquina y la veo, mi cuerpo se paraliza.
Todo se me cierra.

Dante estaciona justo al frente, y gira hacia mí. Reconozco el suspiro aliviado. Está aliviado.
Tan aliviado de volver a casa. Y yo lo entiendo, lo entiendo, pero...yo no puedo.

—¿Lista? —se gira hacia mí con una leve sonrisa —espera te ayudo.

Baja a prisa del auto, trato de concentrarme en respirar mientras él rodea el auto y luego abre la puerta de copiloto. Me concentro en él, en su mano sujetándome, en la forma en la que parece tan cuidadoso para no lastimarme más.

Como si pudiera.

Doy un paso. Luego otro, moviéndome en automático. Pero cuando estamos a cinco metros de la entrada, algo dentro de mí se revienta.

La garganta se me cierra con un nudo seco, violento.

El pecho se me hunde como si una piedra me aplastara desde dentro.

Mis piernas se congelan.

El aire se vuelve denso, cortante.

El mundo pierde nitidez, como si alguien hubiese apretado un botón y el color desapareciera.

—¿Val?

El cuerpo de Dante se posiciona frente al mío, sus manos a los costado de mi cuerpo, pero ni siquiera su presencia es suficiente para alejar a los recuerdos.

Las lágrimas me brotan sin permiso. Me cubro la boca. Nauseas. Mareo. Horror.

Todo vuelve.

Todo está ahí.

—No puedo entrar —susurro.

Dante frena en seco.

—¿Qué?

Un desastre llamado amor.(SL#6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora