XVIII.

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Meng Yao despertó con el pulso acelerado,  su respiración era entrecortada mientras el sudor perlaba su frente y descendía lentamente por su cuello. Cerró los ojos un instante, tratando de estabilizarse. En la penumbra de la habitación, la luz difusa parecía hacer brillar sus pupilas, como si un destello espectral persistiera un momento antes de desvanecerse.

Se obligó a observar su entorno, buscando anclarse a la realidad. La familiaridad del lugar regresó poco a poco: es una habitación compartida de una posada, el aire estaba impregnado con el leve aroma de madera envejecida. Su mirada se deslizó hacia la figura dormida de Liu BaiJu. La quietud de su compañero contrastaba con el desorden de pensamientos que bullían en su propia mente.

Afuera, el día ya había comenzado, la luz matinal se filtra por los bordes de las cortinas. Meng Yao se levantó con movimientos cuidadosos, salió de la habitación para pedir desayuno y agua para el aseo personal. Al regresar, encontró a BaiJu despierto, sus movimientos eran tranquilos, ajenos a la inquietud que aún persistía en él.

A'Ju, nos conocemos desde niños —dijo Meng Yao finalmente, su voz era baja pero firme—. Nunca te he preguntado... pero siempre he querido saber, ¿de dónde vienes?. —La pregunta llevaba consigo un peso más profundo de lo que sus palabras dejaban ver

Liu BaiJu sonríe con tranquilidad y responde sin revelar la carga de su corazón. —El pasado es como el viento que atraviesa las montañas. No importa cuánto intentemos, se desliza entre nuestros dedos. Lo que fui y de dónde vengo son historias que pertenecen al ayer, pero lo que soy hoy es aquello que el tiempo me ha permitido aprender.

Meng Yao escuchó las palabras de Liu BaiJu con una calma estudiada, su expresión es suave apenas, pero no por desconcierto, sino por una certeza que ya llevaba consigo desde que despertó. No había desafío en su mirada, ni la necesidad de descifrar algo que él ya entendía. Aun así, observó con atención, como quien evalúa no la veracidad de las palabras, sino la manera en que son dichas.

Su respiración se mantuvo estable, pero una sombra tenue cruzó su mirada, no de duda, sino de reconocimiento. BaiJu hablaba con la serenidad de quien ha aprendido a ocultar lo esencial sin parecer evasivo, y Meng Yao lo aceptó sin esfuerzo. No había urgencia en su actitud, ni intención de buscar más respuestas; solo el eco de algo que ya sabía y que BaiJu, con cuidadosa habilidad, optaba por mantener en la bruma.

Después de un instante, Meng Yao asintió con lentitud. No porque necesitara convencerse de algo, sino como quien marca el cierre de una conversación donde lo importante no son las palabras, sino lo que se deja en silencio. No insistió, ni buscó una réplica inmediata. Solo permitió que el momento se asentara, dejándolo con la certeza de que BaiJu no revelaría más de lo que ya había decidido.

Alrededor del mediodía, el herbolario Liu BaiJu avanzaba con paso seguro hacia la residencia médica del pueblo, su intención es vender sus productos, a un antiguo cliente, médico. A su lado, su amigo de la infancia lo acompañaba, compartiendo un animado intercambio de palabras.

Sin previo aviso, un niño de unos nueve años irrumpió en su camino, tropezando y chocando contra él. Ni siquiera se detuvo para disculparse; siguió corriendo, empujando a quien fuera necesario para abrirse paso entre la multitud.

Escapando por los estrechos callejones, el pequeño se aseguró de que nadie lo seguía antes de sacar de entre sus prendas la mercancía obtenida ese día. Sin embargo, su triunfo duró poco. Una mano firme, delicada pero implacable, lo sujetó con precisión, impidiéndole disfrutar de su botín.

Meng Yao, sin perder la compostura, recuperó la bolsa de dinero con un movimiento preciso. Su expresión permanecía serena, aunque su mirada afilada destilaba firmeza.
—Esa bolsa llena de dinero no te pertenece, pequeño delincuente —dijo con voz tranquila, pero sin margen para discusión.

Alma y corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora