22. Instinto

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Mía.

—Respirá —me dijo Gastón, de nuevo, apoyando sus dedos sobre su sien. Únicamente logrando que lo mire dudosa. llevábamos más de media hora en ésta situación y no parecía querer funcionar. —. Pero no con los pulmones. Con esto.

—¿Cómo querés que respire con la cabeza?

—No es literal, Mía...es enfocar. Tenés que apagar el cuerpo y prender los sentidos.

Suspiré, con los pulmones, porque es lo único que sabía hacer todavía. Me apoyé contra la baranda y cerré los ojos fuertemente. Gastón hacía lo posible por enseñarme, pero cada uno de sus intentos me hacía sentir más estúpida e inútil que el anterior.

—¿Y si no me sale?

—Te va a salir. Pero primero tenés que dejar de pelearte con lo que sos ahora —No contesté. No porque no tuviera nada para decir, sino porque no quería darle la razón tan rápido.—. ¿Qué escuchás? —me preguntó.

Presté atención. Al principio, lo de siempre: los autos de la calle, el tic tac insoportable de un reloj a lo lejos, mi propia respiración. Pero cuando me concentré más, todo se volvió más nítido. Había un televisor encendido en algún departamento vecino. Alguien tarareaba una canción. Sentí pasos...no en esta casa, ni en la de al lado. Y una tos seca de un nene o algo así.

Abrí los ojos de golpe.

—¿Qué carajo? ¿Eso es normal?

—Ahora sí —Gastón sonrió levemente—. Tu cerebro va a querer procesarlo todo al mismo tiempo. Pero no puede, así que tenés que elegir, porque sinó te vas a hacer un lío.

—¿Elegir qué?

—Qué cosas dejás entrar. Lo demás, lo bloqueás.

Me pasé las manos por la cara. Sentía la piel más tirante que antes, como si estuviera hecha de otro tipo de material. Todo mi cuerpo se sentía extraño desde que me desperté.

—¿Y los colmillos? ¿También se bloquean?

Él se acercó. Me miró directo a los ojos.

—Mostralos.

—No puedo.

—Sí podés. Pensá en algo que te genere hambre. No de comida, de sangre.

Tragué saliva.

—No quiero pensar en la sangre.

—Pero está todo el tiempo ahí, latiendo en los cuerpos de los demás. Cuanto antes aprendas a controlarlo, mejor —apreté los puños y cerré los ojos otra vez. Me obligué a imaginar la primera vez que la olí...esa mezcla dulce, metálica, adictiva. Sentí un tirón leve en las encías.—. Ahí están...ahora, escondelos. Pensá en algo que te tranquilice.

Lo único que se me vino a la cabeza fue Abril. Pensé en la última vez que la ví, antes de toda ésta mierda, aquel bar, Ju, ella y yo. Cuando me hacía reír, cuando me cuidaba sin que yo se lo pidiera. La molestia se fue casi de inmediato.

Abrí los ojos.

—¿Eso fue?

—Eso fue —Asintió, serio—. Pero lo vas a tener que practicar. Mucho.

—Todavía no me dijiste si tenés poderes raros, como el de Melisa —Lo miré. El se quedó en silencio unos segundos, asintiendo, no sabía si con orgullo o con tristeza. Sentí una puntada involuntaria en el pecho al notar aquello. —. ¿Tenés uno especial? ¿Como en las películas?

Se rió bajito ante mi último comentario, y la puntada automáticamente desapareció.

—Más oscuro que los de las películas, Mimi —Hizo una pausa—. Puedo paralizar a alguien con el miedo. Hacerle vivir su peor pesadilla...y alimentarme de eso.

ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora