Parece mentira que hayan pasado ya dos meses desde que todo empezó a mejorar.
La Navidad fue mágica. La pasamos en casa, rodeados de cosas simples que se sienten enormes cuando todo va bien: familia, calor, amor. Nolan estuvo con nosotros, junto a su abuela y fue una de esas noches que sabes que vas a recordar para siempre. La señora Morgan hizo su famoso pastel de manzana, y mamá cocinó una cena deliciosa.
Luego vino Año Nuevo y decidimos hacer algo diferente: viajar todos juntos a Hunter Mountain, un lugar hermoso para esquiar a unas horas de Nueva York. Nunca había visto tanta nieve junta, ni había estado tan congelada en mi vida, pero valió la pena.
Nolan me enseñó a esquiar -bueno, intentó- porque terminé más en el suelo que de pie. Pero él decía que lo hacía perfecto... solo para tener una excusa de abrazarme más. Y no voy a mentir: me dejaba caer a propósito solo para eso.
Llevó su cámara, la que le regalé, y se convirtió en nuestro fotógrafo personal. Sacó fotos de todo: de Hunter haciendo ángeles en la nieve, de Logan metiendo la cara en una bola de nieve "por error", de papá gritando cada vez que se deslizaba un poco más rápido de lo que podía manejar. Y de mí. Siempre de mí. Cada vez que volteaba, él estaba ahí, apuntándome con su cámara y diciendo: "click, esto es para cuando estemos viejitos".
Una semana después de ese viaje, Nolan y yo recibimos nuestras cartas de admisión de la Universidad de Nueva York. Los dos fuimos aceptados. Fue como un suspiro de alivio compartido. Saber que empezaríamos esa etapa juntos, en la misma ciudad, en la misma universidad, me dio una paz difícil de explicar. Todo parecía encajar.
Y ahora... ahora estoy aquí, sentada en una de las sillas del patio, arropada con uno de los abrigos enormes de lana de mamá -el que huele a ella, a su perfume- y con un libro entre las manos. Hace frío, pero es ese tipo de frío que no molesta, que se siente bien cuando estás abrigada y tranquila.
La puerta trasera se abre y mamá sale al patio, caminando hacia mí con una mezcla de emoción y sorpresa en la cara.
-Hija -dice, levantando algo en alto-. Te llegó esto.
Levanto la vista. Es un sobre.
Me tenso al instante. Reconozco el logo incluso desde lejos. Universidad de Melbourne.
Mamá se detiene frente a mí y frunce ligeramente el ceño.
-No me habías contado que también postulaste a Melbourne...
Bajo la mirada, como si el suelo fuera de pronto más interesante.
-Lo hice solo por curiosidad... -respondo en voz baja-. Sabes lo difícil que es entrar ahí, mamá. Solo... quería saber si tenía una mínima oportunidad. Pero seguro es una carta de rechazo.
Ella se sienta a mi lado, con calma, y me ofrece el sobre.
-Eso no lo sabrás hasta que la abras.
Trago saliva. Mis dedos tiemblan un poco cuando lo tomo. El sobre es grueso. Más de lo que esperaba. Rompo el borde con cuidado, como si dentro hubiera algo frágil.
-Mamá... -susurro, sin poder apartar los ojos de la carta-. Me aceptaron.
Ella se lleva la mano a la boca, emocionada, y yo siento una mezcla abrumadora de incredulidad y orgullo.
Mi mamá se emociona de más. Suelta un pequeño grito de alegría, me abraza fuerte y empieza a felicitarme como si acabara de ganar un premio Nobel.
-¡Te aceptaron, Olivia! ¡Esto es increíble! ¡Estoy tan orgullosa de ti!
Pero cuando se da cuenta de que yo no reacciono igual -de que no salto, ni grito, ni sonrío como esperaba- me mira con el ceño fruncido.
-¿Qué pasa, cariño? -pregunta, con el tono más suave-. Pensé que estarías feliz...

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Eres para mí ♡ [Completa]
Teen FictionOlivia Hall siempre ha soñado con un amor como el de sus padres: intenso, verdadero y capaz de superar cualquier obstáculo. Por eso, cuando Ryan, el chico más popular del instituto, empieza a demostrar interés en ella, Olivia cree que por fin ha enc...