33.- No es lo que hacemos, sino el por qué.

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Dante.

Dos días después, recibo la llamada que me devuelve la vida.

Mis pasos apresurados suenan contra el pasillo del hospital mientras siento mi corazón latir con una fiereza que amenaza con causarme un infarto, pero no puedo detenerme, no cuando mamá llamó para decir que mi padre ha despertado.

Reconozco a toda mi familia cuando llego a la sala de espera, los rostros de mis hermanos lucen aliviados, y en cuanto localizo a mi madre, ella se acerca con la misma rapidez de mis pasos.

—Llegaste —dice con una sonrisa.

—¿Está bien?

—Todo lo bien que puede estar después de tanto tiempo dormido —responde mamá, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas—. Está consciente, preguntó por ti.

Contengo el aliento porque soy muy consciente de que no podré mantenerme firme cuando lo vea. No porque esté despierto, sino porque ahora que sé que está bien, todo el miedo contenido durante días se ha libertado y eso me hace sentir muchísimo más vulnerable.

—Está un poco débil —dice Mateo acercándose —ya lo hemos visto, así que tómate el tiempo que necesites.

Apenas asiento. Mamá me informa el número de habitación al que lo han trasladado y cuando comienzo a caminar hacia ahí, apenas y soy capaz de prestar atención a nada más. Es como si mi mente se concentrara solamente en los pasos que doy hasta su habitación, los latidos de mi corazón se vuelven más fuertes, sacudo las manos intentando no cederle el control a sentimientos que luchan por apoderarse de mí.

En cuanto abro la puerta y mis ojos se posan en mi padre, dejo de ser el hombre adulto que se ha estado conteniendo, dejo la fortaleza a un lado y solamente corro hacia él.

Papá se ríe cuando lo envuelvo en brazos, la calidez me llena de pronto, la calma que siempre he sentido cuando estoy con él. Mis ojos arden por las lágrimas de alivio cuando me aparto de él, está más delgado, la palidez de su piel es evidente pero sus ojos siguen llenos de vida.

—Alguien me echó de menos, ¿no es así? —inquiere.

—Mucho más de lo que puedes imaginar — respondo, con la voz quebrada y una sonrisa temblorosa. —No vuelvas a hacernos esto, carajo papá —sacudo la cabeza —no lo hagas jamás.

Él suelta un suspiro cansado.

—Lamento haberlos hecho pasar por esto, ¿cómo está tu madre? Ella jamás admitirá delante de mí que algo le duele —noto la preocupación genuina en su rostro, en como parece más preocupado por mi madre que por su propia salud.

—Estuvo destrozada, pero ha sido muy fuerte.

—Sabes que, si algo llegara a pasar, eres en quien más confío para cuidar de ella, ¿verdad? —inquiere y arrugo el rostro con dolor ante la sola idea de perderlo.

—No digas eso —suplico —por favor. Porque no quiero imaginar una vida en donde mi padre no esté. Así que, por favor, no vuelvas a decir eso.

Él sonríe con comprensión.

—Es la verdad —continúa —eres en quien más confío para cuidar de mis desastres.

Es mi turno de sonreír.

—¿Has hablado con Bella?

—Pero claro, me hizo jurar que voy a tomarme mi retiro del mundo de los negocios más en serio de ahora en adelante.

Él nota la forma en la que lo miro y suspira.

—Voy a seguir cada indicación médica, tienes mi palabra —dice y asiento brevemente —ahora dime... ¿dónde está Valentina? Tu madre dijo que ha estado aquí.

Un desastre llamado amor.(SL#6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora