32.- Los secretos que se guardan.

5.7K 567 78
                                        

Dante

Hay algo que duele más que ver a tu padre postrado en una cama de hospital: No saber si va a despertar.

Han pasado tres días desde que todo ocurrió. Tres malditos días de incertidumbre, de doctores que nos repiten las mismas frases vacías con sonrisas diplomáticas, de análisis y estudios que no dicen nada que no sepamos ya.

Estoy al límite.

No recuerdo la última vez que dormí una noche completa. Camino por los pasillos del hospital como un fantasma, con los ojos hinchados, las piernas entumidas y el corazón hecho pedazos. Cada minuto me pesa en los hombros, y la idea de volver a casa mientras él sigue inconsciente me retuerce el estómago.

Pero aquí estoy. Porque Valentina prácticamente me arrastró de regreso.

—Al menos dúchate —dice con suavidad desde la cocina—. Y luego te acuestas un rato. Una hora, aunque sea.

No contesto. Estoy de pie en el pasillo, con los puños cerrados, sintiendo cómo la rabia y la angustia se mezclan y me suben por el cuello como un vómito amargo.

—Dante —insiste, apareciendo en el marco de la puerta—. Por favor. Necesitas descansar. No puedes seguir así.

Un suspiro frustrado brota de mis labios.

—¿Y qué se supone que haga? —inquiero —no puedo estar cómodamente en una cama mientras mi padre sigue inconsciente en el hospital. Lo que necesito es que despierte, es que me digan algo más que solo un "tenemos que ser pacientes", porque ya no puedo serlo, Val.

—Cariño...

—¿Cuántas veces has visto eso? ¿Cuántas veces tú le has dicho lo mismo a familiares que tienen a alguien en el estado de mi padre?

—No es lo mismo, no estoy tratando con un paciente —dice con firmeza —estoy tratando contigo, y quiero ayudarte, entiendo...

—No, no lo entiendes —digo con firmeza —me obligas a volver a casa cuando sabes que necesito estar con mi padre.

—No te estoy obligando—responde, y aunque su voz es suave, su mirada está herida—. Solo quiero que descanses. Estás agotado, y si sigues así vas a terminar colapsando.

—Estoy bien.

—No, no lo estás —replica—. Y no pasa nada si no lo estás. Yo solo...

—¡Tú no entiendes! —grito de pronto, y siento cómo las palabras se escapan sin control, sin filtro, solo rabia—. ¿Cómo podrías? ¡No creciste con un padre como el mío! ¡Él es todo lo que tengo Val! ¿Tienes idea de lo aterrado que estoy por perderlo? Claro que no la tienes. No la tienes en lo absoluto.

Parpadea herida, pero eleva el mentón y me enfrenta.

—¿Qué no entiendo? ¿La preocupación? ¿El miedo? ¿Crees que no lo hago porque no tengo una familia como la tuya?

—Sí —escupo—. Sí, eso mismo. No lo entiendes porque no tuviste esto. Porque no creciste con esto. Así que no puedes entender lo que estoy sintiendo, por mucho que lo intentes.

Me arrepiento en el segundo en el que lo digo. Val da un paso hacia atrás, mirándome con los ojos vidriosos y una expresión de dolor en el rostro.

—Val...

—Pues qué suerte la tuya, ¿no? Tener una familia a la que proteger. Una madre a quien sostener. Hermanos que se turnan para no dejarte solo.

—Val, yo no quise...

—No. Sí quisiste —responde con la voz temblando—. Lo dijiste porque eso es lo que crees de mí. ¿Y sabes qué? No te equivocas ni un poco —sonríe con tristeza. —Tienes razón. La tienes completamente, pero eso no hace que sea justo que me lo eches en cara. Porque aun cuando no sé lo que es tener una familia como la tuya, estoy esforzándome por ser esa clase de familia para ti, la que apoya, la que se queda. Aun cuando no sé lo que es ser familia, estoy haciendo mi mejor esfuerzo por aprender.

Un desastre llamado amor.(SL#6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora