XXXV.Van a escribir un poema

1.7K 213 38
                                        







¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.








A pesar de que me dije a mí misma que ya me estaba acostumbrando, que la vida seguía y que eventualmente todo dolería menos, había momentos en los que el vacío se hacía más evidente. Como cuando entraba al salón de Biología y su pupitre estaba ahí, intacto, pero ya no había una sonrisa esperándome. Como cuando alguien hacía una broma tonta y yo volteaba por inercia, esperando encontrarme con su risa… pero él ya no se reía conmigo.

El grupo seguía igual en la superficie.
Mason haciendo comentarios absurdos.

Malachi armando dramas donde no los había. Malia defendiendo a alguien en Twitter y comiendo papas al mismo tiempo.Alex en su mundo,Dior tomando fotos e Isabella evitandonos,eso eso normal.

El hueco que había dejado Owen no era físico, era emocional. Y, por más que me repitiera que tal vez lo nuestro no era para tanto, que solo era una amistad confundida con algo más… la verdad era que extrañaba hasta la forma en que me decía “ya cállate” cuando hablaba mucho.

Y justo cuando pensé que las cosas no podían ponerse más incómodas, llegó la clase de Escritura.

El profesor entró agitando un fajo de hojas en la mano. Llevaba puesta una camiseta de algún poeta italiano que probablemente nadie conocía, pero él usaba con orgullo.

El profesor entró agitando un fajo de hojas en la mano. Llevaba puesta una camiseta de algún poeta italiano que probablemente nadie conocía, pero él usaba con orgullo. Tenía ese brillo en los ojos que daba miedo. El que anticipaba una tarea que iba a arruinarte la tarde pero que él juraba que sería “liberadora”.

—Clase… —dijo con tono dramático, casi teatral— hoy tengo para ustedes una misión. Una tarea que puede cambiarles la vida… o al menos su calificación en este semestre.

Algunos soltaron un suspiro. Otros, como Mason, simplemente se dejaron caer contra el respaldo de su silla como si acabaran de recibir una mala noticia.

—Van a escribir un poema —anunció.

—¿De qué? —preguntó alguien desde el fondo.

—De lo que quieran —dijo él, con una sonrisa que lo hacía ver aún más emocionado— Amor, rabia, miedo, recuerdos, silencio, lo que quieran. Pero debe ser un poema. Nada de “mi gato se perdió, fin”. Quiero versos. Imágenes. Algo que me haga sentir cosas. Algo que venga de adentro.

Un murmullo general se levantó por el salón.

—Y antes de que empiecen a llorar o a buscar excusas, no es para hoy. Tienen hasta mañana. Solo un día. Y sí, eso es suficiente. A veces lo que más vale la pena sale en un impulso, en un solo momento de inspiración.

Genial. Como si una pudiera escribir sobre el dolor justo cuando el dolor te tiene tan ocupada sobreviviendo.

—Puede ser anónimo si quieren —añadió, caminando entre los pupitres— Y si alguien quiere leerlo,puede hacerlo.No se preocupen, no voy a juzgar. Solo quiero saber que aún son capaces de decir lo que sienten.

Lo miré mientras hablaba y por un segundo me pregunté si él sabía. Si se había dado cuenta de que en ese salón había un montón de emociones contenidas que ninguno de nosotros se atrevía a decir en voz alta. Porque en esa clase no solo había tareas pendientes, había corazones medio rotos, amistades rotas, palabras no dichas. Había cosas pesadas flotando en el aire que no se resolvían con una rúbrica de evaluación.

Owen no levantó la vista en ningún momento. Tenía el ceño fruncido, la mirada fija en su cuaderno, como si escribir algo fuera lo último que quisiera hacer.

Y lo entendía perfectamente.

Porque yo tampoco sabía qué escribir.

Pero tenía tanto que decir.

Y tan poco valor para hacerlo.

El timbre sonó antes de que pudiera pensar más. Todos se levantaron y comenzaron a salir del salón como si nada. Como si no acabaran de recibir la tarea más complicada del mundo: decir lo que sientes… en rima, y para mañana.

Yo recogí mis cosas más lento de lo normal.

Cuando salí al pasillo, Owen ya no estaba.

Y lo peor era que ya no me sorprendía.

Me estaba acostumbrando a no verlo.

A que su ausencia formara parte de mis días, como el timbre de entrada o las filas del almuerzo. A no buscarlo en los pasillos. A fingir que todo estaba bien, cuando en realidad todo estaba mal y yo me estaba rompiendo un poquito más con cada día que pasaba.

Caminé por el pasillo como si mis piernas fueran de gelatina. Afuera el sol brillaba con fuerza, pero dentro de mí todo era gris. El aire me pesaba. La mochila me pesaba. Hasta mi propia existencia me resultaba incómoda.

Me senté sola en una de las bancas del patio. Saqué mi cuaderno. Lo abrí en una hoja limpia. Miré la hoja en blanco por un rato largo, esperando que las palabras vinieran solas. Pero no venían.

Porque, ¿cómo se escribe un poema cuando lo que quieres es gritar?

¿Cómo pones en versos el vacío de ver a alguien que fue tu mejor amigo... y que ahora actúa como si fueras una desconocida?

¿Cómo rimas "te extraño" con "ni me miras"?

Suspiré. Cerré el cuaderno.

Quizás más tarde.

Quizás cuando doliera un poco menos.

Volví a clase fingiendo normalidad, como si no me estuviera cayendo a pedazos por dentro. El día pasó sin pena ni gloria.

Algunos profesores hablaron. Otros nos pusieron tareas. Malia me lanzó una nota en la que decía "el profe de Escritura es un psicólogo frustrado, te lo juro", y eso me hizo reír, aunque fuera por cinco segundos.

Cinco segundos de alivio.

Cinco segundos sin pensar en él.

Pero bastó con salir del salón y verlo a lo lejos, hablando con alguien cerca de los casilleros, para que todo volviera de golpe.

El nudo en la garganta. Las ganas de correr. La incomodidad de existir tan cerca de alguien que ya no te quiere cerca.

Me apresuré a salir por otra puerta.

Llegué a casa más temprano de lo normal.

Mamá me miró desde el sillón, con una bolsa de papas en la mano y cara de "te noto rara".

—¿Todo bien? —preguntó.

—Clase de poesía —respondí, como si eso explicara todo.

Él asintió lentamente, aunque seguro no entendía nada.

Subí a mi cuarto. Me tiré en la cama.

Y ahí, con el techo de testigo, me permití cerrar los ojos y admitir que lo extrañaba.
Mucho.

Demasiado.

Y que, aunque dijera que me estaba acostumbrando a su ausencia… todavía esperaba que un día, solo uno, él llegara y dijera algo. Lo que fuera. Algo que no fuera este silencio hiriente que me estaba enseñando lo mucho que dolía querer a alguien que ya no quiere quedarse.

Pero por ahora…

Solo tenía una hoja en blanco.

Un poema que aún no podía escribir.

Y un corazón que no sabía por dónde empezar a sanar.



.....


07:40 p.m.
27-04-25

𝐇𝐎𝐖 𝐓𝐎 𝐂𝐎𝐍𝐐𝐔𝐄𝐑 𝐈𝐓-𝗢𝗪𝗘𝗡 𝗖𝗢𝗢𝗣𝗘𝗥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora