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Katherine Mora amaba escribir sobre el amor y aprovechaba su talento cobrando por cartas y poemas en su escuela. Todo iba bien hasta que Addison le pidió ayuda para conquistar a Owen Cooper, su mejor amigo. Katherine aceptó, incluso ofrec...
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Decidí que ya no podía seguir así. Ni siendo la estatua en su museo del silencio, ni tragándome las lágrimas detrás de mis lentes oscuros como si eso escondiera algo. Así que lo busqué.
Lo esperé a la salida de su clase de química, como una espía de película… pero sin glamour, más bien con los nervios de alguien que se va a lanzar en paracaídas sin paracaídas.
Y ahí estaba. Saliendo con su cuaderno en la mano, hablando con Mason. Cuando me vio, sus pasos vacilaron por una fracción de segundo. Pero no dijo nada. No se detuvo. Caminó de largo.
—Owen —lo llamé.
Nada.
—¡Owen! —solté más fuerte, con esa mezcla entre desesperación y coraje que no sabía que tenía.
Mason se quedó congelado entre los dos, como un árbitro indeciso. Owen finalmente se detuvo y giró lentamente hacia mí.
—¿Qué quieres, Katherine?
Uf. Nombre completo. Iban mal las cosas.
—Hablar. Como adultos. O adolescentes, pero civilizados —dije, cruzándome de brazos.
Owen suspiró, claramente sin ganas de escena, pero asintió. Caminamos hacia el lado del gimnasio, donde no pasaba mucha gente a esa hora.
Me detuve y lo miré directo.—¿Por qué me estás ignorando? ¿Por qué actúas como si yo fuera invisible?
—Porque me enojé, Kath. Porque todo fue una mentira. Las cartas, los consejos… tú ayudando a Addison mientras te gustaba yo. ¿Qué se supone que debía sentir?
—¡No fue mentira! —le interrumpí—Al principio sí lo era, lo juro. Pero después ya no. Me gustaste tú. Me gustaste de verdad. Me dolió seguir con eso, me enredé. Y cuando quise parar… ya estaba demasiado metida.
Él apretó la mandíbula. No dijo nada.
—¿Qué querías que hiciera? ¿Qué me quedara callada? ¿Que no te ayudara cuando pensé que era lo mejor para ti? ¡Ni siquiera sabía que te gustaba yo!
—¿Y crees que fue fácil para mí? —explotó—Sentirme usado. Como si todo hubiera sido parte de un plan de tus amigas para burlarse. ¿Y encima besarme? Eso dolió. Porque ese beso no fue una burla. Fue el momento más sincero que había tenido en meses.
—No me burlé de ti, Owen. Me enamoré de ti. Y me arrepiento de no habértelo dicho antes, de no haber sido valiente… pero no me arrepiento de haberte escrito, ni de haberte besado.
Hubo un silencio denso. De esos que se sienten en el pecho.
Owen bajó la mirada. Su voz fue más baja esta vez.—No sé qué hacer con todo esto, Kath.
—Yo sí —dije, tragando el nudo en mi garganta— Solo dime si ya no te importo. Si no quieres saber nada más de mí, me alejo. Te lo prometo.
Él me miró, y durante un instante, volvió a ser el Owen que me pasaba papitas cuando nadie miraba, el que me mandaba stickers ridículos a medianoche. Pero solo por un instante.
—Necesito tiempo.
Asentí. Y sin decir más, me fui.
Porque a veces, cuando alguien necesita tiempo, lo más valiente que puedes hacer… es dárselo.
.....
Pasaron los días. Uno. Dos. Cinco.
Y nada cambió.
Mi rendimiento en el tocho bajo,me enferme y me sentía fatal.
La maqueta ya se había presentado, la célula en todo su esplendor con sus orgánulos brillando gracias a una linterna que Malachi juraba que era “tecnología de punta”. Nos ganamos una A. La profesora incluso dijo que era una de las mejores del año. Todos sonrieron. Todos menos yo.
Owen firmó la maqueta como si hubiera estado ahí desde el principio. Como si no me hubiera dejado con la maqueta y un corazón a medio construir.
Después de eso, el silencio fue oficial.
Lo veía en los pasillos. En clase. En el patio. En la cafetería.Con los chicos,cuando yo llegaba el se iba,cuando yo ya estaba ahí,el no llegaba.Y cada vez que lo hacía, sentía ese nudo en el estómago que se formaba cuando alguien importante se convierte en un desconocido.
Clavaba los ojos en el cuaderno, fingiendo estar más interesada en las ecuaciones que en su risa un par de mesas más allá. Fingía no mirar cuando le hablaba a Mason. Fingía que me daba igual que ya ni siquiera me saludara con un movimiento de cabeza.
Y claro que no era la única que se daba cuenta.
Las chicas me observaban con su ceja levantada y su cara de “ya basta de sufrir”.
Addison me lanzaba miradas incómodas como si quisiera pedirme perdón pero no se atreviera. Y Malachi y miguel,ya estaban en modo terapeuta, trayéndome galletas cada vez que me veía triste.
—¿Ya le escribiste hoy? —me preguntó un miércoles mientras nos sentábamos en el pasto.
—Cinco veces. Me dejó en visto en las cinco —respondí sin orgullo alguno.
—¿Y si pruebas con seis?
—Malachi, no ayuda.
Él suspiró.—Es que me da coraje... ¿por qué no habla contigo? ¡Si tú fuiste la que le gustaba!
—Porque fui una tonta —dije bajito—. Porque hice todo mal.
No sabía exactamente en qué momento el silencio se convirtió en rutina. Pero ahí estaba, instalado entre nosotros, como una pared invisible. Y lo peor era que él actuaba como si nada.
Lo veía en clase de Historia, anotando todo como si no tuviera una tormenta interna. Lo veía jugar con los demás como si no se hubiera llevado un pedazo de mí cuando se fue. Y me dolía. Cada. Maldito. Día.
Un día, entré a mi cuarto después de clase y encontré una caja de chocolates sobre la cama con una nota que decía:
“No quiero que estes triste,pero si yo fuera él, no me alejaría ni por todo el WiFi del mundo. Te quiere, el hermano más guapo del planeta.”
Lloré. No por Owen, no solo por él. Lloré por mí. Por todo lo que esperé. Por lo que no pasó. Por lo que ya no sabía si iba a pasar.
Y aún así… aún así lo esperé.
Esperé que apareciera en mi puerta, que dijera algo, que dijera todo.
Pero no vino.
Ni cuando terminamos el proyecto de Ciencias.
Ni cuando me quedé sola en la biblioteca esperando que pasara “por casualidad”.
No vino.
Me estaba acostumbrando a su ausencia. Y eso era lo que más miedo me daba.