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Katherine Mora amaba escribir sobre el amor y aprovechaba su talento cobrando por cartas y poemas en su escuela. Todo iba bien hasta que Addison le pidió ayuda para conquistar a Owen Cooper, su mejor amigo. Katherine aceptó, incluso ofrec...
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Llegué a casa como si me hubiera atropellado un camión emocional… de esos que van en reversa, te pisan el orgullo y luego se van sin decir perdón.
Cerré la puerta con un suspiro pesado y dejé mi mochila en el suelo. Ni energía tenía para patearla hacia mi cuarto. Subí las escaleras arrastrando los pies, como si el drama pesara diez kilos por pierna, y al llegar al pasillo, me topé con la mirada de Miguel que estaba acostado en mi cama.
Según el mi cama era más cómoda que la suya.
—¿Y a ti qué bicho te picó? —preguntó, con una ceja levantada mientras se acomodaba los audífonos.
—El bicho de la humillación. Picadura nivel leyenda —dije, entrando a su cuarto sin pedir permiso, como era tradición entre nosotros.
Me dejé caer sobre su cama y solté un largo "ugh" dramático, enterrando la cara en la almohada.
Miguel dejó a un lado su control, apagó la pantalla y se giró hacia mí con una expresión mezcla entre “qué hiciste ahora” y “qué tan mala fue la idea esta vez”.
—¿Qué pasó ahora con el niño de rizos y cara de cachorro abandonado?
Me giré boca arriba, viendo el techo.—Se enteró de lo de las cartas.
—Ajá…
—Y de la lista.
—Ah.
—Y cree que todo fue una especie de manipulación científica para hacerlo enamorarse de mí como si fuera experimento de laboratorio.
—Uy, no pues sí está grave —dijo con un tono burlón mientras agarraba una de sus pelotas antiestrés y me la lanzaba. La atrapé de milagro.
—¡Miguel! ¡No es gracioso!
—Un poquito sí —se rió, luego se sentó en el borde de la cama y me miró más en serio—¿Pero le dijiste lo que sentías? ¿Le explicaste?
—Lo intenté, pero se enojó. Se sintió traicionado. Y lo entiendo. Yo también estaría enojada si me diera cuenta que mi mejor amiga hizo una lista con “tips para enamorarme”. ¡Eso ni en las telenovelas más ridículas!
Miguel suspiró, pasó su mano por mi cabeza como si fuera un gato deprimido y dijo:
—Mira, Kath, no puedes controlar cómo se siente. Pero sí puedes ser honesta. Si él te quiere, va a entenderlo. Y si no lo entiende… pues, que se lo pierda. Aunque bueno… —hizo una pausa— el tipo sí tiene una cara muy bonita para perderlo así nomás.
Me reí, aunque con una risita medio triste—¿Crees que venga?
—¿A la casa?
Asentí, sentándome en la cama.—Habíamos quedamos en hacer la maqueta de Ciencias aquí. Mason y Malachi ya dijeron que venían. Owen también había dicho que sí. Pero después de eso… ya no sé.
—¿Y qué vas a hacer si llega?
—Vomitar probablemente.
—Perfecto, que se note tu compromiso emocional.
Nos quedamos en silencio unos segundos, y luego escuchamos el timbre de la puerta.
Mi corazón dio un brinco.
—¿Será él? —pregunté, con los ojos más grandes que los de un gato pidiendo atún.
Miguel se asomó por la ventana del pasillo.
—Mason y Malachi... sin Owen.
Mi emoción se desinfló como globo de feria olvidado en el sol. Bajé las escaleras como alma en pena, con Miguel detrás haciéndome señas de “ánimo, campeona” con los pulgares arriba, como si eso curara corazones heridos.
Mason entró con una pizza en la mano y Malachi cargando una caja con cosas para la maqueta.
—¿Y Owen? —pregunté, intentando sonar casual mientras disimulaba mi decepción.
—No sabemos —dijo Mason, encogiéndose de hombros—Le escribimos en el grupo y dejó el visto más frío de la historia.
Malachi soltó un silbido.—Eso es nivel ‘ya me bloqueó del corazón’.
Me forcé a sonreír mientras los ayudaba a instalarse en la sala.
Owen no llegó.
Ni en la primera hora.
Ni cuando terminamos el pasto de la maqueta.
Ni cuando Mason se comió su tercera rebanada de pizza.
Owen no llegó.
Y eso dolía.
Mucho.
Esa noche me dormí tarde. No porque quisiera, sino porque no podía dejar de mirar el celular cada cinco minutos, esperando una notificación que nunca llegó. Ni un "lo siento", ni un "no puedo ir", ni siquiera un emoji pasivo-agresivo. Nada.
Le escribí.
Una, dos… cinco veces.
"Owen, lo siento." "¿Podemos hablar?" "Sé que estás enojado, pero por favor…" "¿Estás bien?" "Te extraño."
Todos se quedaron con sus dos rayitas azules. Sin respuesta. Sin siquiera una reacción. Solo silencio.
Y al día siguiente, el silencio continuó.
En los pasillos, Owen se convirtió en un fantasma con rostro conocido. Lo veía a lo lejos, caminando con su mochila cruzada al pecho, con esa forma de rascarse el cuello que tenía cuando se sentía incómodo. Lo vi reírse con Malachi, hablar con Mason… y pasar de largo cuando me vio. Ni una mirada. Ni una mueca. Como si yo fuera parte de las paredes.
Era como si alguien hubiera activado el "modo invisible" entre nosotros. Como si todas nuestras charlas nocturnas, las risas, los secretos, las películas tontas… no hubieran existido jamás.
Y lo peor era que nadie decía nada.
Ni Mason, ni Malachi, ni miguel,ni las chicas,ni siquiera Addison, que apenas me miraba cuando compartíamos clase de Historia. Todos sabían algo, todos sentían la tensión, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta.
Miguel me lo advirtió esa mañana mientras me preparaba para ir a clases:
—Si vas a verlo hoy, prepárate para el hielo. Y no me refiero al del clima.
Yo me reí, o fingí que lo hacía. Pero no estaba preparada. En absoluto.