29.- El precio de las mentiras.

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Valentina

No sabía si era la idea más estúpida, o la más necesaria que he tenido en años.

Una parte de mí no sabe como sentirse respecto a lo que está a punto de ocurrir, no sé como tomar el hecho de que estoy por encontrarme con un pasado del cual juré olvidarme.

Me detengo frente al café, mi corazón late con fuerza contra mi pecho, como una advertencia de lo que estoy a punto de enfrentar. Tomo un par de inhalaciones antes de atreverme a empujar la puerta ocasionando que la campanilla de la entrada suene.

Avanzo con lentitud entre las mesas, veo a Enzo antes de que él note mi presenta. Está sentado como si el tiempo no le hubiese enseñado a relajarse. Tiene la misma postura rígida, los hombros tensos y la mandíbula apretada. El mismo rostro de cuando tenía once años y yo lo dejé atrás.

La culpa me golpea con fuerza, siento las lágrimas picar en mis ojos, pero me niego a llorar, con una respiración entrecortada me obligo a tragarme la culpa y avanzo hasta él.

—Creí que te habías arrepentido —dice cuando me deslizo en el asiento frente a él. —Me tome el atrevimiento de pedirte un café. —Señala la taza que hay frente a mí.

Reconozco mis propios rasgos en él. Compartimos el mismo color de cabello, el mismo tono de piel, solo sus ojos son de un tono oscuro, es más alto que yo, incluso sentado me saca una cabeza. Centra los ojos en los míos, mirándome con dureza, tiene la misma mandíbula apretada que tenía cuando éramos niños y mamá lo dejaba sin cenar por llorar en voz alta.

—Hola Enzo —murmuro con suavidad.

—"Valentina", ¿no? —Su sarcasmo se siente como un latigazo. —O deberías decirme cuál es tu nuevo nombre esta semana.

Cierro los ojos brevemente, hay una presión en mi pecho que me arrebata el aire. No respondo, ninguno habla y el silencio se extiende entre el espacio que nos divide.

—¿No vas a decirme nada, Serena?

—No me llames así —suplico, apenas reconociendo mi propia voz.

—¿Por qué no? —pregunta, y su tono se torna más suave, casi una burla—. ¿No es ese el nombre que te pertenece?

—No me pertenece —respondo con firmeza —porque no soy más esa persona.

—No, claro que no lo eres —dice con molestia. —Ahora eres una chica bonita de élite con un novio millonario, ¿no es cierto?

Tomo una inhalación, intentando mantenerme en calma, pero resulta muchísimo más difícil de lo que puedo imaginar.

—No voy a darte explicaciones sobre mi vida —sentencio —así que es mejor que me digas que es lo que quieres.

Su mirada se estrecha, sus labios se aprietan en una fina línea y me obligo a suavizar mi tono porque la voz en mi cabeza grita que tiene derecho a sentirse enojado. Respiro, desvío la atención un segundo antes de regresarla hacia él.

—¿Fue tan fácil para ti abandonarme? —inquiere y reconozco el enojo en su voz.

Sacudo la cabeza.

—No lo fue en lo absoluto, y sé que no debí hacerlo, lo siento mucho, en verdad. Lo siento tanto.

—¿Lo sientes? —inquiere con la voz temblorosa —¿en serio? Porque a mi me parece que no te has acordado de tu hermano hasta que te dejé ese sobre, ¿cierto? Seguramente ni siquiera pensaste en mí hasta hace unos días, ¿vas a negármelo?

—Pensé en ti siempre, manteniendo la esperanza de que hubieses podido salir de ese lugar.

—Lo hice, pero no igual que tú. No. Yo no me conseguí una vida bonita en el centro del país.

Un desastre llamado amor.(SL#6)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora