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Katherine Mora amaba escribir sobre el amor y aprovechaba su talento cobrando por cartas y poemas en su escuela. Todo iba bien hasta que Addison le pidió ayuda para conquistar a Owen Cooper, su mejor amigo. Katherine aceptó, incluso ofrec...
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Me fui de ahí directo a la cafetería.Sentía que si me quedaba un segundo más, iba a romperme. Y no quería hacerlo frente a ella.
Caminé sin rumbo unos minutos hasta que mi cuerpo, por inercia, me llevó a la cafetería. Los chicos ya estaban ahí, en la mesa de siempre. Miguel hablaba con Malachi sobre quien sabe, y Owen se reía por algo que había dicho Mason. Cuando me vieron llegar, todos me saludaron, y me hice un espacio entre ellos.
—¿Todo bien? —preguntó Malachi, notando algo en mi cara.
—Sí —mentí, tomando un jugo cualquiera del centro de la mesa.
Miguel frunció el ceño, pero no dijo nada.
Me conocía demasiado como para creerse mi “sí” sin pensarlo dos veces.
Owen fue más directo.—Tú no estas bien,¿Quieres hablar de eso? —susurró, inclinándose un poco hacia mí.
Levanté la vista, vi sus ojos, esos que solían hacerme sentir tranquila. Pero ahora no podía. Todo estaba muy revuelto dentro de mí.—Ahora no —dije bajito, apenas audible.
Su rostro se endureció un poco, pero asintió. No insistió. Solo se recargó en la silla, jugando con la tapa de su botella.
Intenté seguir la conversación de los demás, fingir que estaba ahí. Pero no lo estaba.
No lo estaba. Mi mente era un torbellino.
Recordaba las palabras de Addison, y las miradas de Owen, cada mirada curiosa que había sentido esa mañana se enredaba con la culpa, la rabia, el miedo… y sí, también con eso que a veces parecía amor, pero que dolía más de lo que debería.
Mason seguía hablando de su teoría sobre cómo las papas de la cafetería habían bajado de calidad desde el mes pasado.
Miguel le seguía la corriente sólo para que se callara, las chicas no estaban,se habian reunido con su equipo para la maqueta y Malachi, bueno… él simplemente comía. Como si su única preocupación fuera que no le quitaran su emparedado.
Y yo... yo solo jugaba con la pajilla del jugo, deseando desaparecer.
Owen no me quitaba los ojos de encima,apesar de estar platicando.Lo sentía. Me estaba observando con la misma intensidad de siempre, como si intentara descifrarme. Pero esta vez, yo no quería que me descifrara. Esta vez, prefería ser un rompecabezas sin resolver.
—¿No tienes hambre? —me preguntó de nuevo, con ese tono suave que solía usar cuando algo en mí no cuadraba.
Negué sin mirarlo. —No mucho.
—¿Te dijeron algo? —soltó, bajito, sólo para mí.—¿Te ofendieron?
—Ni...solo que,creo que no es mi día —admití, sin querer entrar en detalles.