Una semana había pasado desde que Guido me dijo que sentía algo por mí, y aunque parezca raro, la verdad es que luego de eso todo había sido más fácil de lo que imaginaba.
Guido está en el sillón, guitarra en mano, como si fuera lo más natural del mundo. Yo, en cambio, me quedo mirando la pared, mi mente recorriendo todos aquellos lugares que antes me provocaban sentimientos, el teatro, mi café favorito, un copa de vino en el bar de la esquina de mi casa. Pero nada, absolutamente nada se comparaba a esa intimidad, esa sensación de hogar que estar en compañía del mayor me proporcionaba. De repente, sus dedos empiezan a moverse por las cuerdas, y el sonido me envuelve. Simplemente jugaba con ella, entonando acordes al azar, probando sonidos, pero por un momento todo lo demás se desvanece.
—¿Querés intentar? —me dice, sin mirarme, pero con una sonrisa de esas que solo él sabe esbozar.
Lo miro y levanto una ceja, incrédula.
—¿Intentar? —repito. —¿Tocar la guitarra?
Guido suelta una risita suave que me deja sin aire.
—Sí, vas a ver que no es tan difícil.
Me siento en el borde de la cama, buscando las palabras para decirle que no soy muy buena con eso de las cuerdas, ni con ningún instrumento. Pero él ya se movió, y en un parpadeo, está a mi lado, dejándome la guitarra en las manos.
—A ver, probá. —Guido me sonríe, divertido, casi como si supiera que esto va a terminar en desastre.
Mis dedos tocan las cuerdas torpemente. El sonido que sale de la guitarra es cualquier cosa menos armónico. Me suena más a un alarido de dolor.
—Dios, ¿no era fácil? —digo, entre risas. —Parece que estoy apuñalando a la pobre guitarra.
Guido se ríe de mi comentario, se inclina hacia mí y ajusta mis dedos en la posición correcta. El contacto es breve, pero me deja una sensación rara en la piel. No me animo a mirarlo.
—Ahora sí, probá de vuelta. —me dice, casi susurrando.
Lo miro un segundo y su sonrisa se me clava en el pecho. Es una sonrisa tan genuina, tan relajada. Como si el mundo no estuviera pendiente de él, como si no tuviera secretos oscuros. Y entonces me siento tonta por haber dudado de él alguna vez.
Intento de nuevo, y ahora, algo en mis dedos hace que suene un acorde algo menos desafinado.
—Muy bien, Api. —dice Guido, mientras me observa con una mirada aprobatoria. Me cuesta creerlo, pero en su rostro veo una chispa que parece decir "lo estás logrando".
Empezamos a reír, y el sonido de nuestras risas se mezcla con las notas, creando ese tipo de ambiente que me hace sentir el personaje principal de una película. Esos pequeños instantes que uno guarda sin quererlo, esos que a veces pesan más que todo lo demás.
—Te prometo que en un par de días vas a estar tocando una canción entera —dice Guido, mientras se acomoda mejor a mi lado, con su brazo cerca del mío. Yo me sonrojo y dejo la guitarra a un lado, sus dedos delinean la piel de mi brazo, provocándome un estremecimiento. Sus colmillos se dejan ver un instante, recordándome lo que es en realidad, pero ya no logran intimidarme.
Porque me gustaba justo así, siendo aquella combinación perfecta entre lo increíblemente peligroso, y la sensación de estar en casa.
—No me subestimes —le respondo, con una sonrisa juguetona, sin poder evitar mirar sus labios, curvados en una sonrisa, notando como por momentos los humedece haciendo uso de su lengua, atacando por completo mi capacidad de concentración. —. Tengo una tendencia a decepcionar impresionante.

ESTÁS LEYENDO
ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAG
VampireElla siempre había deseado que finalmente aquellos ojos que tanto admiraba un día se fijaran en su dirección. Observaba embelesada como sus manos recorrían aquella guitarra, con su cabello rubio descansando sobre sus hombros y su semblante enigmátic...