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Katherine Mora amaba escribir sobre el amor y aprovechaba su talento cobrando por cartas y poemas en su escuela. Todo iba bien hasta que Addison le pidió ayuda para conquistar a Owen Cooper, su mejor amigo. Katherine aceptó, incluso ofrec...
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Al día siguiente, el universo, en su infinita ironía, decidió que no había sido suficiente caos interno por una noche.
Justo cuando entré al salón, medio dormida, medio zombie emocional, mis frutas del mercado ya estaban armando escándalo en el fondo del salón.
—¡Que sea en casa de Malia! ¡Tiene la tele más grande! —gritó Miguel.
—Y su mamá hace quesadillas con queso de verdad, no de ese plástico que venden en la tiendita —añadió Mason, con el entusiasmo de quien ya se había visualizado cenando tres.
—Sí, sí, sí, ¡pijamada en mi casa! —dijo Malia levantando los brazos como si acabara de ganar un partido.
Yo apenas procesaba lo que estaba pasando, con mi mochila colgando de un solo hombro y el corazón más frágil que una hoja reciclada.
—¿Pijamada? ¿Hoy? —pregunté, como si no tuviera suficiente drama encima.
—Sí, obvio, ¿qué otro día? Mañana es sábado y nadie tiene tarea para entregar. Es perfecto —dijo Owen, dándome una sonrisita que me hizo querer
desaparecerme como fantasma arrepentido.
Respira, Kath, respira.
No te pongas dramática.
Solo es una noche.
Una noche entera.
Con Owen.
Nada nuevo.
Donde probablemente tengamos que compartir almohadas, cobijas y momentos incómodos de “Verdad o reto”.
Fabuloso.
Aún así, asentí.—Sí, suena bien.
Porque claro que iba a ir. ¿Cómo no? Mis amigos eran mi zona segura, mi escape.
Y decidí algo.
Así, sin mucho ruido.Voy a superarlo. No iba a meterme en el camino de Addison.
Ella está ilusionada.
Y Owen… bueno, él es libre de elegir. Yo no iba a ser esa chica.
Yo podía con esto.
(Eso me repetí como cien veces mientras mordía mi lápiz durante matemáticas).
Iba a ir a esa pijamada.
Iba a comer papitas, ver películas, reírme con mis amigos.
Y no iba a pensar en lo que sentía.
Porque Katherine Mora no arruina amistades por amores imposibles.
No señor.
Aunque, por dentro, tenía una vocecita molesta que decía:
