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Dos meses más habían pasado....
La primavera comenzaba a acariciar la ciudad con su brisa templada, y en la mansión todo parecía fluir con calma, aunque bajo esa superficie apacible, muchas cosas habían cambiado.
El embarazo de Akaashi ya era evidente. Su vientre, ligeramente redondeado, despertaba ternura y fascinación en todos, especialmente en Bokuto, quien se había convertido en una sombra protectora a su alrededor. Dormía poco, atento a cada movimiento, a cada gesto o suspiro de su omega. Las noches eran largas, no porque Akaashi estuviera incómodo, sino porque Bokuto no lograba conciliar el sueño, siempre con la necesidad de tocar su vientre, de asegurarse de que todo estaba bien. Se hablaban en susurros a la madrugada, compartiendo caricias suaves y silencios cargados de amor.
—Bokuto… —murmuró una noche Akaashi, acariciando su rostro—. ¿Te das cuenta de que vamos a ser padres?
—Y no sabes cuánto me emociona, Keiji. Pero también me asusta. No quiero fallarte.
—Ya eres el mejor papá, Koutarou —susurró, acurrucándose contra él.
Mientras tanto, en otras habitaciones de la casa, comenzaban a presentarse síntomas extraños que nadie podía explicar… o al menos, nadie quería admitir aún.
Hinata dormía más de lo usual. Pasaba horas echado en los sofás, con almohadas rodeándolo y quejándose del cansancio constante. Le habían comenzado a molestar ciertos olores, y a veces tenía antojos tan específicos que incluso se frustraba si no los conseguía. Una tarde, quiso pan de melón recién horneado de una panadería tradicional en un barrio viejo de Kioto. Kageyama se lo consiguió en menos de cuatro horas.
Kenma, por su parte, estaba mucho más callado de lo usual. Sentía el cuerpo pesado, su estómago se revolvía con algunos olores, y se molestaba con facilidad. Comenzó a dormir abrazando una almohada, murmurando cosas entre sueños. Kuroo lo observaba en silencio, notando cada pequeño cambio, sin decir nada todavía… pero su mente ya unía piezas.
Todo explotó una tarde.
Los omegas habían salido juntos a comprar algunas cosas para la casa, y aunque el ambiente estaba tranquilo, con risas suaves y comentarios de ropa, de pronto, Akaashi se detuvo en seco. Hinata lo tomó del brazo con preocupación.
—Keiji… ¿estás bien?
—No sé… de repente me siento… —sus ojos se nublaron un instante, su cuerpo se balanceó, y antes de que Hinata o Kenma pudieran sostenerlo, Akaashi se desplomó al suelo.
—¡Keiji! —gritó Hinata, agachándose con rapidez, sus manos temblaban—. ¡Keiji, háblame!
Kenma ya tenía el celular en mano, marcando a Bokuto con urgencia, su voz firme a pesar del temblor:
—Se desmayó. En la tienda. Manden el auto. ¡Ahora!
Y todo cambió otra vez.
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En el hospital…
Las puertas automáticas se abrieron de golpe, dejando entrar una ráfaga de aire fresco que pareció despertar aún más la preocupación de los alfas. Bokuto fue el primero en entrar, con pasos firmes y el ceño fruncido. Kuroo y Kageyama venían detrás, con la tensión pintada en los rostros.
Kenma los vio desde la sala de espera y se levantó inmediatamente.
—Está estable —dijo rápido, antes de que cualquiera preguntara—. Ya lo pasaron a observación.
Bokuto no perdió ni un segundo. Entró en la habitación donde Akaashi estaba recostado, conectado a un suero, la piel pálida pero la mirada serena. En cuanto lo vio, Keiji le sonrió suavemente.

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Dos mundos, un latido
RomanceBokuto y Kageyama, hermanos ricos y herederos de un imperio, deciden escapar de las expectativas familiares y vivir como personas normales. En otro lado, Hinata y Akaashi, mejores amigos con pocos recursos, sueñan con un futuro mejor. El destino los...