🩸Donde Park Jimin tendrá que ir a un internado de Vampiros.
Jimin al ser un diluido; o sea un vampiro humano, fue uno de los casos más sonados, pues nació de una humana. La cual murió al dar a luz.
Su padre le odia por lo que lo deja a su suerte...
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La habitación oscura quedó hecha trizas. Espejos, frascos de cristal, libros antiguos y pergaminos flotaban en el aire antes de estrellarse contra el suelo como si el propio aire estuviera maldito.
Miranda gritó con una furia inhumana, sus ojos encendidos como carbones al rojo vivo. Su hechizo de rastreo... falló. La magia que usó para localizar al diluido no arrojaba ningún resultado. Nada. Ni una visión, ni un eco de su presencia. Como si el viento mismo lo hubiese borrado.
—¡¿Dónde está?! —chilló, lanzando al fuego un espejo encantado que estalló en mil pedazos—. ¡Ese maldito híbrido me robó lo que es mío!
Golpeó con su bastón el suelo, invocando runas oscuras que recorrieron los muros de piedra.
Pero el nombre de Jimin no apareció.
—¡Tzuyu! —gritó.
Nadie respondió.
Tzuyu también estaba desaparecida desde aquella noche. La traición apestaba en el aire. Todo su plan... controlar a Jimin, aislarlo, arrebatarle el niño que llevaba en el vientre, unir su poder con el linaje real... todo se estaba desmoronando.
—No puede esconderse por siempre... —susurró, con las manos temblando—. Lo encontraré. Aunque tenga que arrancarle el corazón al mundo.
Fue entonces que un estremecimiento recorrió la tierra. Un rugido gutural, primitivo y colosal retumbó en los cielos, haciendo vibrar las paredes del castillo. Un viento abrasador cruzó la sala, derribando candelabros y apagando las luces.
Miranda giró la cabeza bruscamente hacia la ventana.
—No...
En lo alto de las montañas, donde los rayos nunca tocaban y la magia ancestral dormía, se alzaba una columna de fuego. Fuego puro. Antiguo. Imposible.
El sello se había roto.
Sin perder tiempo, Miranda se teletransportó a la cima de la montaña. El aire allí olía a azufre y cenizas, mezclado con una energía antigua. El suelo temblaba bajo sus pies.
Allí, en el centro de una cueva que se deshacía en llamas, estaba él.
Park Dong Wook.
Sus cabellos ardían como llamas plateadas, su torso desnudo cubierto de runas que se deshacían al contacto con su piel. Las cadenas malditas que lo mantenían prisionero durante décadas, una a una, caían al suelo calcinadas por su poder interno.
—¡No puede ser! —jadeó Miranda.
Sus ojos se abrieron como platos al ver cómo el cuerpo del legendario vampiro del fénix se liberaba completamente, alimentado por una energía que no debía existir...
La sangre de su hijo, Jimin.
Un lazo tan antiguo como la luna misma los unía. Un lazo sellado por la familia Park siglos atrás. Y ahora que Jimin había desatado su poder como heredero lunar, ese vínculo despertó al Fénix dormido.