14. Necesito que me enseñes

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Llegué del trabajo totalmente agotada. Guido me había dado una llave de su casa, para que Julia y yo pudiéramos entrar y salir cuándo quisiéramos. El no estaba muy feliz con la idea de que vaya a trabajar dada la situación, pero no podía impedírmelo. Julia, mientras tanto, permanecía en la casa, pero totalmente aislada del resto. Tenía el suficiente miedo como para no querer alejarse del lugar, pero el suficiente desprecio por nosotros como para ignorarnos olímpicamente cada vez que nos cruzaba.

La casa seguía en silencio, me quité el abrigo lentamente, dejándolo en el perchero que descansaba justo al lado de la puerta, y me dispuse a buscar a Julia, lo cuál básicamente se había convertido en mi rutina diaria desde hacía una semana. Yo la buscaba intentando entablar una conversación, y ella me dejaba muy en claro que no era bienvenida.

Es increíble como el karma te pega de las formas más retorcidas cuando menos te lo esperas.

La encontré en la cocina, sentada en la mesa, con una taza entre las manos. El vapor subía despacio, apenas visible entre las penumbras del lugar. Julia no me miró cuando entré, pero tampoco se fue. Eso ya era algo.

—¿Dormiste algo? —pregunté, suave.

—Sí —respondió, sin emoción. Dio un sorbo a su bebida. Ni siquiera sabía qué estaba tomando.

Me acerqué un poco más, despacio, como si el aire entre nosotras fuera frágil.

—Quería ver cómo estabas.

—Estoy...—dijo, y por primera vez me miró. Sus ojos no estaban vacíos ni enojados. Estaban tristes. Tuve el impulso de darle un abrazo de esos que ella siempre me regalaba cuándo algo me dolía, pero no podía.—Es raro estar acá...no sé si pueda ser la misma después de todo ésto.

—No sos la misma —Me senté frente a ella, apoyando los codos en la mesa. Me dolía verla así.—. Ninguna de nosotras lo es.

—¿Y eso te parece una buena noticia? —preguntó, bajando la mirada. —Porque a mí no, a mí me gustaba mi vida antes.

No supe qué decirle. Me mordí el labio. Iba a tomarle la mano, pero la retiró apenas hice el intento. No con rechazo, sino con necesidad de espacio.

—No es que te odie, Api —dijo, desviando la mirada hasta su taza, por un momento sentí que me había leído la mente. Pero así era Julia, ella no necesitaba poderes sobrenaturales para leer cada uno de mis pensamientos con perfecta exactitud. Porque me conocía, o al menos, conocía a la que era antes de todo ésto.—. Solo...estoy tratando de entender cómo pasé de salir a bailar con vos a ver a un vampiro tomando sangre frente a mis ojos. Y cómo fue que cuando me di cuenta vos ya estabas tan metida en todo esto.

Sus palabras fueron un golpe. No con violencia, sino con esa fuerza que tienen las verdades cuando vienen de alguien que te conoce. Asentí apenas, con la garganta cerrada.

—Quiero que sepas que me importás—susurré—. Que no quise que todo esto fuera así.

Julia asintió lentamente, pero su mirada se perdió en la taza otra vez.

—Lo sé. Pero ahora no puedo estar cerca tuyo, dame tiempo.

Me quedé ahí un rato más, aunque ella ya no me miraba. Cuando me levanté para irme, no hubo despedida. Solo ese silencio, lleno de todo lo que antes nos unía... y ahora nos separaba.

Caminé por el pasillo cómo un alma en pena, pero todo se disipó de un momento a otro cuando, al entrar por la sala, finalmente lo ví. Recostado sobre el sofá con los ojos cerrados. La cabeza ladeada, la expresión tranquila por primera vez en días. Por un segundo me pregunté si dormía de verdad o si simplemente estaba descansando...si los vampiros siquiera podían dormir como nosotros.

ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora