Capítulo 60

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Otra vez de vuelta al principio.

Domingo.

Jake.

—¿Mi amor? —grité en cuanto los ojos de Sam se cerraron.

«Joder...»

»Cariño, por favor, mírame —supliqué una vez más mientras la pegaba a mi cuerpo. La lluvia nos envolvía en un cálido abrazo, protegiéndonos de las fuertes tormentas que comenzaban a avecinarse en medio de la oscuridad del día—. Mi amor, ¿por qué estás tan caliente? —le susurré con la voz temblorosa, mientras tocaba su rostro. Ardía, bajo la lluvia fría. Sam ardía en fiebre.

«Mierda...»

Sin pensarlo dos veces, la levanté en mis brazos y comencé a correr de vuelta al hospital. El corazón me temblaba, sentía miedo. Él siempre estaba ahí, es solo que salía a relucir cada vez que sentía que podía perderla. Siempre estaba esperando el momento perfecto para recordarme lo frágil que era mi corazón ante ella.

Corrí y corrí, sin pensar en nada más, solo en el simple hecho de que podría perderla.

—Un médico, por favor... —supliqué mientras la miraba—. Por favor...

El sonido de las camillas. Los gritos de las enfermeras. El maldito pitido de la sala de urgencias. Todo comenzó a distorsionarse justo en el instante en que volví a mirarla. Ella era el brillo de mi alma, y verla tan apagada me hizo trizas el corazón. Me desmoroné, otra vez, y esta vez no lo oculté, ni lo reprimí frente a ella.

Me deshice con ella en mis brazos sin poder evitarlo. Lo que yo quería era deshacerme en sus brazos, dejarme llorar, romperme una y otra vez, si tan solo ella me garantizaba que iba a estar ahí para arreglarlo.

Me dejaría romper, si tan solo ella volviera a recomponerme, aunque sea por última vez.

¿Qué fue lo que hice mal? —le susurré al aire, mientras veía cómo se llevaban a Sam otra vez—. No te he hecho nada, y sin embargo siempre me lo quitas todo —exclamé al aire, como si eso sirviera de algo.

Vi pasar a la gente frente a mí como pasaban las horas, mientras permanecía en el suelo, de rodillas, completamente inmóvil... pero con el corazón destrozado. Lo único que miraba era el maldito cartel que decía: Emergencias. En rojo vivo, encendiéndose y apagándose, una y otra vez, como si el mundo no se hubiera detenido. Como si Sam no hubiera entrado ahí. Como si ella fuera una persona irrelevante.


Yacía de rodillas, aquel joven destrozado, mirando el letrero que le recordaba lo que estaba perdiendo con cada destello.

El corazón le lloraba, le sangraba y le dolía a partes iguales.

El peso de la culpa por no haber hecho nada, el miedo a perderla, siempre lo acechaba, como aquel fantasma que se oculta bajo tu cama, esperando el momento preciso para salir y devorarte. Eso era lo que hacía el fantasma del miedo: te llevaba a ti, o se llevaba lo que más amabas, solo si se lo permitías.

Y el joven de corazón sangrante no lo iba a permitir, ni lo iba a intentar evitar. Haría hasta lo imposible por aferrarse a sus esperanzas y quedarse con lo que más amaba.

Con ella, junto a ella.

Una Ilusión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora