Capitulo 35

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Gracias, papá

La noche había caído con suavidad, como un suspiro largo sobre la pequeña casa en la que ahora vivían. Afuera, las estrellas titilaban con discreción, y una brisa fresca movía las ramas del árbol frente a la ventana. Adentro, la luz cálida de la sala se mezclaba con el silencio cómodo de quienes han aprendido a convivir en paz.

Charlie estaba sentado en su sillón, ese viejo y gastado que se había traído desde Forks, con su cerveza en una mano y una revista de pesca en la otra. No leía realmente. Su mente estaba en otra parte. Desde la conversación con Caius y Carlisle, no dejaba de pensar en lo rápido que había cambiado todo.

—¿Estás ocupado? —preguntó una voz suave desde la puerta.

Charlie alzó la vista. Teresa estaba allí, de pie, con un suéter de lana grueso y el cabello suelto sobre los hombros. Tenía los ojos brillantes, pero no por tristeza... sino por algo más profundo.

—Para ti, nunca —respondió, dejando la revista sobre la mesita.

Teresa entró y se sentó en el sofá, frente a él, abrazando sus rodillas. Por un momento, no dijo nada. Solo lo miró, como si intentara encontrar las palabras justas para algo importante.

—Papá... —empezó con voz baja— Solo quería decirte... gracias.

Charlie alzó una ceja, curioso.
—¿Por qué?

—Por todo. Por no dudar de mí cuando todo parecía confuso. Por seguirme hasta aquí, sin hacer preguntas. Por aceptar a... ellos. —Hizo una pausa, desviando la mirada hacia la ventana— Y por hablar con ellos. Aunque hayas dicho cosas que me hicieron querer desaparecer del planeta...

Charlie sonrió con discreción.
—Fue mi deber como padre. Aunque admito que quizás me pasé con lo de las "cosas de novios".

—¡Papá! —Teresa se tapó la cara, riendo con vergüenza— ¡¿Quizá?! Casi me da un infarto.

—Bueno, quería que supieran que tengo escopetas. Y que sé usarlas. —bromeó.

Ella rió entre dientes, negando con la cabeza.

—A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si nada de esto hubiera pasado —dijo después de un momento—. Si nunca me hubiera ido de Forks. Si nunca me hubiera convertido en... esto. Pero luego te miro, y pienso que, aunque todo cambió, tú seguiste aquí. Y eso me hace sentir segura. Siempre lo haces.

Charlie dejó la cerveza a un lado, se levantó y caminó hasta sentarse junto a ella. Le puso una mano en el hombro, y Teresa apoyó la cabeza contra su brazo.

—No soy bueno con las palabras, Bells —dijo con voz ronca—. Pero lo único que siempre he querido es que seas feliz. No me importa si estás con uno, con dos... con tres vampiros, o si terminas criando gallinas en la Patagonia. Lo único que quiero es que tú estés bien. Que sonrías. Que te sientas libre de elegir lo que quieras para tu vida.

Teresa parpadeó con fuerza. Sus ojos se llenaron de lágrimas silenciosas.

—Lo estoy intentando, papá. De verdad. A veces me siento perdida... como si tuviera mil versiones de mí dentro, y ninguna supiera bien qué camino tomar. Pero contigo cerca, todo se siente más claro. Como si no importara tanto el lugar, o los nombres, o lo que fui. Solo importa que sigo siendo yo... tu hija.

Charlie la abrazó con fuerza, como cuando era niña y venía corriendo después de una pesadilla.

—Siempre vas a ser mi niña, Bells —murmuró—. Aunque tengas colmillos o alas o lo que sea. Siempre.

Renacer en otra piel [CREPÚSCULO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora