Capitulo 28

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Donde nadie nos encuentre

El cielo era distinto. No tan nublado como Forks, pero tampoco del todo despejado. Las mañanas comenzaban con una brisa tibia, y las tardes se teñían de un sol que parecía no juzgar. Era un pequeño pueblo en Montana, alejado del bullicio, de los vampiros, de los lobos... y de los recuerdos que Teresa intentaba dejar atrás.

Charlie estacionó la camioneta frente a la casa de madera que habían rentado con un contrato sin fecha de salida. Era humilde, pero cálida. Tenía un porche con sillas viejas, una chimenea que aún olía a abeto, y un jardín abandonado que Teresa ya estaba considerando arreglar. A su manera.

—¿Segura que quieres quedarte aquí? —preguntó Charlie por enésima vez, cargando una caja con tazas.

—Ya te dije que sí, papá. Me gusta este lugar. Nadie me mira como si esperara algo de mí. Nadie me llama Bella, ni espera que vuelva a ser la que era. Aquí puedo ser simplemente... yo.

Charlie la miró con cariño. Aunque no lo decía, sabía que su hija ya no era la misma. Lo veía en su forma de hablar, en la manera en que caminaba con la cabeza en alto, en cómo defendía sus decisiones con una convicción que antes no tenía.

—A veces no sé si estoy hablando con mi hija... o con alguien más —murmuró con una sonrisa cansada.

Teresa soltó una risita. Esa media sonrisa tan suya, tan... Teresa Chávez.

—Puede que tengas las dos, papá. O a ninguna.

Se adaptaron rápido. Teresa consiguió trabajo en la biblioteca del pueblo, mientras que Charlie ayudaba en la estación de policía local un par de días a la semana. Las noches eran tranquilas. Miraban películas antiguas, cocinaban juntos, y en silencio, ambos agradecían tenerse.

Pero había momentos —pequeños destellos— donde la Teresa original salía a flote.

Como cuando el dueño de la tienda de abarrotes intentó cobrarle de más. Teresa no dudó en ponerlo en su lugar con una mirada firme y palabras que no necesitaban alzar la voz para hacerse respetar.

O cuando la vecina chismosa insinuó que una chica como ella debía tener algo que ocultar. Teresa le sonrió con elegancia y le dijo:
—No todo lo valioso se muestra a simple vista. Y no todo lo callado está roto.
Después de eso, la vecina jamás volvió a hablar mal de ella.

Pasaron semanas. Luego meses.

Y aunque cada día dolía un poco menos, había algo en el fondo de su corazón que seguía latiendo con fuerza. No por Edward. Ni siquiera por los Cullen en general.

Era Carlisle.

No sabía por qué, pero su mente volvía a él en los momentos más inesperados. Mientras acomodaba libros, mientras regaba las flores, incluso mientras dormía. Era su voz, su mirada confundida, su manera de observarla como si ya no fuera quien creía conocer.

Y eso la destrozaba.

Porque Teresa, por muy fuerte que fuera, no quería ser la causa del dolor de nadie. Mucho menos de alguien que jamás le había hecho daño. Alguien que, sin saberlo, había empezado a formar parte de ella.

—Tú no vas a pensar en él —se dijo un día frente al espejo, mientras se alisaba el cabello—. Él tiene una esposa. Tiene una vida. Y tú tienes que seguir con la tuya. Como siempre lo hiciste.

Pero las palabras no apagaban lo que llevaba dentro.

Un día, mientras leía en el porche, Charlie se le acercó con dos cafés.

Renacer en otra piel [CREPÚSCULO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora