Tomar un baño en el Cielo

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VI:

TOMAR UN BAÑO EN EL CIELO


Oasis cumplió su promesa, y junto con el atardecer fueron dejando un camino de pares de huella tras ellos. Conforme avanzaban Irgan traía a su mente los recuerdos de las palabras de advertencia que Mayul le había dedicado durante la comida de la mañana. Buscó olvidarse de ellas, ya confundido con las contradicciones que su propia mente había generado. Por supuesto que tambaleaba cuando buscaba la respuesta correcta a todas las interrogantes arremolinadas en sus pensares, no obstante, se encontraba seguro de algo: le gustaba estar junto a ese chico. Hablar con él, además de ponerlo a prueba, le producía un sabor ácido agradable que se formaba en su boca y descendía hasta su estómago en una hilera cosquillosa.

Algo tan sencillo como escuchar su voz lo abstraía a un punto difícil de imaginar. En cuanto las palabras que salían de sus labios llegaban a sus oídos, era raro que algo pudiese absorber de nuevo la atención que tenía puesta sobre el muchacho. Lo que decía y cómo lo decía, la imagen que le regalaba mientras conversaba. Todo en él resultaba agradable y lo que no terminaba rezagado frente sus virtudes.

Pensó en eso mientras lo miraba desvestirse, luego de ganarle el instinto a la decencia. Su piel era de tonalidad clara sin faltarle vida, su cuerpo de complexión delgada pero no lánguida. No pudo disfrutar por mucho el festín visual que se sorprendió experimentando, pues Oasis no perdió el tiempo antes de lanzarse al cuerpo de agua considerablemente grande en que se aseaban los pobladores. Tenía entendido que existían otros, aunque solo conocía ese, y le parecía bastante impresionante teniendo en cuenta la ubicación del pueblo.

Se reprochó el repasar de nuevo un tema del cual no encontraría respuesta, y, no sin sentir mucha pena, comenzó a desvestirse él mismo, apresurándose a entrar al agua antes de que cualquier ojo pudiera captar entre la oscuridad los detalles de su anatomía. Su vergüenza se mantuvo hasta que los músculos entraron en contacto con el líquido, contrayéndose sin llegar a ser doloroso, adaptándose a la baja temperatura. No era insoportable, pero necesitó un momento para sentirse a gusto dentro, suspirando un par de veces mientras lograba acostumbrarse.

Lo hizo y miró a su alrededor. Justo unos segundos después la cabeza de Oasis emergió de la profundidad, para luego moverse de un lado a otro, soltando una risa tan fresca como el clima de esa noche. Irgan sonrió quedo, con la intención de seguirlo con la mirada al verlo zambullirse una vez más, lográndolo tan solo unos segundos antes de que escapara como un pez que no se dejaría pescar.

Se sentía bien, mucho, más que en Paraíso o en los territorios a los que había marchado con un plan. Esa noche caviló en lo libres que eran las corrientes de viento, y creyó que si las respiraba lo suficiente podría adoptar un poco de su estilo de vida; siempre livianas, sin cargar con pesos innecesarios.

―¿En qué piensas? ―Se sobresaltó al escuchar la vocecilla junto a él.

Oasis sonrió con calma, colocándose delante de su mirada, con el agua sin llegar a sumergir sus clavículas. Estaba situado sobre una de las piedras que cubrían el suelo de arena, luego cambió su posición hasta pararse en otra, un poco más cerca de él.

―En nada importante.

―Eso no tan importante te hace sonreír, quizá deberías repasar tus prioridades.

―¿Siempre eres un niño sabelotodo? ¿Ahora también me vas a enseñar sobre mí mismo? ―preguntó con burla.

―No soy sabelotodo, tú no sabes mucho y por eso te parezco tan inteligente.

Irgan soltó una carcajada sincera, la cual se evaporó con rapidez al encontrarse con la mirada contraria. Le gustaba reír con él, pero en ese instante no deseaba echar abajo el aura silenciosa que se había instalado alrededor de ellos. Decidió acompañar a su camarada quien contemplaba el cielo estrellado, sorprendiéndose por el color y la luz como si fuera la primera vez que lo viera.

―Mayul me ha contado muchas historias sobre el cielo, ¿sabes? Pero no del cielo normal, sino ese adonde viajas cuando ya no eres más una persona viva. Según ella, el cielo que vemos desde aquí es solo una falsa imagen, como la parte trasera de un cuadro, ¿sabes a lo que me refiero? ―Irgan no sabía, pero asintió―. Bueno, a pesar de no poseer ni la décima parte de la belleza del verdadero cielo, nuestro cielo es precioso, por eso Dios lo colocó sobre nuestras cabezas, para poder mirar lo que nos ganaremos cuando llegue el fin de los días, y no seamos más carne y hueso, sino espíritu. Entonces, ya no importará si teníamos brazos o no, si teníamos piernas o no, si teníamos ojos o no; entonces, seremos solo aire y podremos elevarnos hasta arriba, hasta tocar las estrellas, y nos encontraremos con el verdadero lado del cuadro.

Y será perfecto, como no podríamos haberlo concebido siquiera. Y sabrás que siempre quisiste estar en un lugar así, aunque antes no lo entendieras.

―Es muy bello eso que dices. Nunca me contaron una historia como esa.

―Yo puedo contarte más historias como esa, Irgan, si tú me dejas hacerlo. Si las escuchas con atención y aunque no las creas, pienses un poco en ellas. Si lo haces, me sentiré feliz por haberlas compartido contigo. ―Percibió en sus frases un tinte difuso de súplica.

Lo miró de frente; miró ese perfil sobrio que lo caracterizaba, con esa inocencia que no pecaba de ilusa. Alzó su mano y delineó con la punta de su dedo índice el mentón, para luego dirigirse a la mejilla derecha y acariciarla también con cautela. Se giró para juntar más sus cuerpos, hasta que sus pieles se rozaron, y esta vez usó ambas manos para sentir el rostro contrario, en el que unos ojos abiertos y expresivos le devolvían como espejos su propio gesto emocionado. Tragó saliva, tentado a acercarse más, pero reteniendo su impulso hasta llegar a ser doloroso. Era aterrador, tener que controlar el amor que se sentía hacia alguien era un mal que no debía padecer ninguna persona en el mundo. No en un mundo justo.

De nuevo tragó saliva, como si aquello fuera su correa para no actuar, mientras observaba cómo las luces desaparecían de los ojos de Oasis, quien entrecerraba los párpados con decepción. Unas arrugas en las comisuras de sus labios acentuaban la amargura que empañaba su expresión. Irgan no logró soportarlo, no eso, no era capaz de ignorar que estaba rechazando todo lo que sentía por alguien, dañando a ese alguien tanto como a él mismo. Aproximó su rostro al cercano, respirando del mismo aire cálido que brotaba de los labios contrarios, percibiendo los roces entre sus bocas como si estuvieran presentándose, y abrazó la cintura de Oasis con legítima necesidad de tenerlo cerca, de poseerlo en cualquier modo, de cerrar los ojos y dejarse llevar.

Aun si el muchacho entre sus brazos fuese un demonio, lo cierto es que lo había capturado hacía tiempo, ¿qué caso tenía ya luchar? Podía elegir a quién amar, pero no decidir qué sería la persona a la que amara.



La sociedad de los deformesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora