Epilogo

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Un año después

La vida se había vuelto tranquila de una manera dulce y casi mágica.

Lisa trabajaba en una empresa de seguridad privada, un trabajo que le permitía pasar más tiempo en casa. Jennie había abierto su propia galería de arte, que combinaba su amor por la pintura y su deseo de compartir su visión con el mundo. Ella, su pequeña hija, era una torbellino de energía que mantenía a ambas en constante movimiento, llenando la casa de risas, preguntas imposibles y dibujos en las paredes.

Ese domingo, como la mayoría, era sagrado: día de picnic en el jardín.

Lisa estaba tirada en el césped, con Ella trepada sobre su espalda, haciendo de "caballo" mientras Jennie preparaba limonada en una pequeña mesa cerca de ellas. La risa de su hija llenaba el aire, brillante y libre.

—¡Más rápido, mamá! ¡Más rápido!

Lisa gimió fingiendo dolor dramático.

—¡No sé si sobreviviré a otro ataque, soldado Ella!

La niña chilló de emoción, golpeando suavemente a Lisa con un pequeño palo que simulaba ser una espada.

Jennie las observaba, apoyada en la mesa, una sonrisa torcida en sus labios. Era en esos momentos en los que el amor le explotaba en el pecho. Ver a Lisa, su Lisa, ser tan increíblemente feliz y tonta con su hija, le derretía cada vez más.

Finalmente, Lisa colapsó fingiendo agotamiento, y Ella bajó de su "caballo" para correr hacia las flores.

Jennie se acercó caminando despacio, con las manos detrás de la espalda, sonriendo con picardía.

Lisa, aún tendida en el césped, levantó la vista y su corazón dio un vuelco. A pesar del tiempo, de las rutinas, de los días difíciles y las noches agotadoras, Jennie seguía robándole el aliento.

Jennie se inclinó sobre ella, acercándose tanto que sus narices se rozaron.

—¿Te rendiste, soldado Manobal? —susurró con burla.

Lisa sonrió ampliamente.

—Jamás. Mi corazón es fuerte.

Jennie rió entre dientes, esa risa suave que siempre lograba volverla loca. Se acercó aún más, rozándole los labios, antes de susurrar contra su boca:

—Te ves muy sexy hoy, Mr. General.

Lisa soltó una carcajada grave, envolviéndola en un abrazo y rodándola en el césped, haciendo que Jennie chillara entre risas.

—¡Mr. General para ti, señora de Manobal! —bromeó Lisa, atrapándola bajo su peso, besándola una y otra vez mientras Jennie pataleaba de risa.

Ella, desde el otro lado del jardín, gritó:

—¡¿Qué hacen?! ¡¡Yo quiero también!!

Lisa soltó a Jennie solo para abrir los brazos hacia su hija.

—¡Ven, soldado Ella! ¡Ataquemos a mamá Jennie!

Jennie gritó fingiendo horror mientras la pequeña corría hacia ellas, y juntas, madre e hija, la cubrieron de cosquillas, risas y besos.

La tarde siguió así: bajo el sol suave, en medio de un jardín lleno de flores y amor, con promesas silenciosas de siempre, y nombres cariñosos que solo ellas entendían.

Porque Jennie nunca dejaría de llamarla así, en secreto, cuando el corazón le ganara la razón.

Su Mr. General.

Y Lisa, Lisa nunca dejaría de pertenecerle.

Esa noche

La casa estaba en silencio. Solo el sonido del viento entre los árboles y el ronroneo del monitor del cuarto de Ella rompían la calma. Jennie y Lisa estaban recostadas en la cama, cubiertas por las sábanas suaves, con el cuarto apenas iluminado por la luz tenue del velador.

Jennie tenía la cabeza sobre el pecho de Lisa, escuchando su respiración lenta, sintiendo el calor de su piel bajo sus dedos que dibujaban sin pensar sobre ella. Lisa tenía una mano enredada en su cabello, acariciándola con una ternura que le hacía cerrar los ojos y flotar.

—¿Te dije hoy cuánto te amo? —murmuró Jennie en voz baja.

Lisa sonrió, sin abrir los ojos.

—No. Creo que se te olvidó. —fingió indignación— Y además sobreviví a una batalla cuerpo a cuerpo con Ella sin refuerzos.

Jennie rió bajito y se subió un poco, besando el cuello de Lisa con suavidad.

—Te amo. Hasta el final. Hasta después del final.

Lisa apretó los labios, tragando el nudo que le subía a la garganta. Abrió los ojos y la miró. Esa mujer. Esa misma mujer que un día le gritaba que no necesitaba a nadie, que solo se enamoraba de sí misma en el espejo. Esa mujer que ahora dormía a su lado cada noche.

—Yo también, Kim Jennie. Siempre. Te elegí... y volvería a hacerlo cada maldito día.

Jennie se acomodó sobre ella y entrelazó sus dedos.

—Gracias por esperar por mí.

Lisa la besó con dulzura, como si estuviera tocando algo sagrado.

—Valiste cada segundo de espera.

Jennie ladeó la cabeza, con una sonrisita en los labios.

—Mr. General...

Lisa cerró los ojos y dejó escapar una risa ronca.

—¿Otra vez?

—Siempre serás eso para mí. —Jennie acarició su mejilla, suave— La mujer que vino a salvarme... y se quedó.

Lisa la abrazó más fuerte.

—Entonces quédate tú también. Esta noche. Todas las noches.

Jennie asintió y besó su frente.

—No pienso irme nunca.

Aferradas la una a la otra, en la oscuridad de su hogar, con el corazón tranquilo y el alma llena, se quedaron en silencio.

Porque cuando el amor era así de fuerte, las palabras ya no eran necesarias.

Solo los latidos.

FIN

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Hemos llegado al final de este bello fanfic y solo me queda agradecerles por todo el apoyo que recibió en el proceso, los quiero mucho y nos leemos en otro fanfic, para más información y estar más conectados únanse a mi canal de whatsapp, y nuevamente gracias por todo 🫶🏻

Mr. General | JenLisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora