-¿Quién es mi Omega? -gruñó Harry, su voz grave, ronca, con un filo de amenaza en cada palabra.
Draco no respondió de inmediato, su orgullo luchando contra su cuerpo.
Entonces un dedo lo rozó justo ahí, provocándole un espasmo que lo dejó sin aire...
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Harry aún estaba atrapado dentro de él, sudando, jadeando, con la mente perdida en el aroma denso y dulce del Omega en pleno estro.
Draco lo miraba desde arriba, con una sonrisa pecaminosa en los labios.
-Creí que eras el Alfa dominante...-susurró Draco con voz ronca, lamiéndose los labios-Pero parece que te tengo completamente a mi merced.
Y sin esperar respuesta, comenzó a moverse.
Pese al nudo anterior.
Harry lanzó un gruñido, la cabeza cayendo hacia atrás por la sensación abrumadora.
Draco se balanceaba lentamente, con los muslos firmes sujetándolo, hundiéndose con cada movimiento.
Estaba loco, perdido, hambriento.
Y Harry era suyo.
-Draco, por los Siete...-gimió Harry, aferrando las caderas del rubio.
Pero Draco no se detenía.
Cada vez que subía, el Núcleo lo apretaba.
Cada vez que bajaba, lo tragaba con una necesidad ardiente.
Se notaba el estro en cada centímetro de su piel, en sus ojos nublados, en los jadeos que escapaban de su garganta como cantos mágicos de apareamiento.
No había pausa.
No había descanso.
Solo un vaivén de cuerpos, placer entrelazado, y un deseo feroz de fusionarse.
Harry intentó tomar el control, girarlo, sujetarlo... pero Draco se lo impidió.
Lo mantuvo abajo, rindiéndose solo ante su necesidad, pero no su poder.
-No pararé hasta sentir que me llenaste por completo-susurró Draco contra sus labios-Hasta que estés tan dentro de mí, que incluso tu magia no pueda separarse de la mía.
Y lo dijo mientras descendía una vez más, dejándose caer con fuerza, arrancando un grito ronco del pecho de su Alfa.
Harry estaba fuera de sí.
Y Draco también.
No existía el mundo fuera de esa cama, fuera de ese cuarto húmedo y perfumado de sexo, instinto y amor salvaje.
La noche sería larga.
Y ninguno pensaba dar tregua.
El mundo ya no existía para ellos.
No había castillo, ni guerra, ni mañana.
Solo el aire denso de la habitación, saturado de feromonas y magia, solo el roce de piel contra piel, y el vaivén compartido de dos cuerpos tan fundidos que ya no sabían dónde empezaba uno y terminaba el otro.
Draco estaba arriba de él, arqueando su espalda, con los labios entreabiertos en un jadeo que no cesaba.
Su cabello platinado caía en mechones sudorosos sobre su frente.
Las marcas de Harry brillaban como brasas sobre su cuello, mientras los tatuajes de flores parecían abrirse y crecer con cada embestida.
Y Harry...
Harry lo miraba como si contemplara algo sagrado.
Con las manos en sus caderas, lo guiaba con desesperación y ternura, sintiendo el calor húmedo del Omega tragárselo completo, una y otra vez.
Sus ojos verdes brillaban con intensidad animal, y también con adoración. Estaban "volando".
Sí, eso era.
Ambos estaban suspendidos entre gemidos y respiraciones, perdidos en ese espacio suspendido donde el alma se une al cuerpo, y la magia responde al instinto más profundo.
-Draco...-susurró Harry, con la voz rota-Estás tan hermoso cuando me montas así-
Draco sonrió apenas, y descendió con más fuerza, apretando los músculos de sus muslos con fiereza.
-Y tú estás tan perfecto, dentro de mí -murmuró con un gemido. -No quiero bajar nunca -dijo Harry.
-No vamos a bajar, Harry... no aún.
Y en ese momento, entre temblores y espasmos, ambos llegaron.
Completos.
Cuando el clímax se apagó, el cuerpo de Draco cayó sobre el pecho de Harry.
Ambos temblaban, aún unidos, aún atrapados por el nudo.
La habitación seguía oliendo a ellos, a su magia, a su amor posesivo y feroz.
Y en medio del silencio, el susurro de Draco llegó suave como alas en vuelo:
-Creo que ya puedes sentirlo dentro de mí una nueva vida-
Harry cerró los ojos y abrazó a su Omega con más fuerza, sabiendo que esa noche no solo habían volado...