El sol se filtraba a través de las cortinas blancas, pintando la habitación con una calidez dorada. Lisa fue la primera en abrir los ojos. Jennie dormía a su lado, desnuda entre las sábanas revueltas, con el cabello desordenado, la boca entreabierta y una de sus piernas sobre el abdomen de Lisa como si se negara a dejarla ir.
Lisa no pudo evitar sonreír. Le acarició suavemente la espalda con la yema de los dedos, subiendo hasta los hombros, jugando con un mechón oscuro. Jennie se movió apenas, murmurando algo incomprensible, hasta que sintió los labios de Lisa sobre su cuello.
—Mmm... —suspiró, estirándose perezosamente—. ¿Otra vez?
Lisa rió contra su piel.
—Pensé que las esposas complacientes no decían que no...
Jennie abrió un ojo, fingiendo indignación.
—¿Estás diciendo que no soy complaciente, señora Manobal?
—Estoy diciendo —murmuró Lisa, deslizándose sobre ella, encajando su cuerpo contra el de Jennie con un roce hambriento— que me vuelves loca.
Jennie gimió cuando sintió la humedad entre sus piernas rozar con la erección de Lisa. No necesitaban preámbulos. El deseo seguía ahí, latente, vivo.
Se besaron con desesperación dulce. Lisa atrapó los labios de Jennie, succionándolos con suavidad mientras sus caderas se movían lentas, sincronizadas. Jennie enredó los dedos en el cabello de Lisa mientras la penetraba, sus cuerpos deslizándose con una fricción exquisita.
El ritmo fue lento al principio. Una danza íntima, donde las caderas hablaban más que las bocas. Jennie jadeaba bajito, con los ojos cerrados, mientras Lisa le besaba el pecho, las clavículas, el mentón.
Se amaron sin prisa, sin vergüenza. Como dos mujeres que se habían escogido, que ya no tenían que ocultarse, que ahora podían entregarse enteras. El orgasmo llegó más profundo, más emocional. Lisa gimió el nombre de Jennie contra su piel, y Jennie, aún con las piernas temblorosas, le susurró entre suspiros que jamás se iría.
Después, ambas rieron bajo las sábanas, abrazadas, con los cuerpos sudados y las sonrisas tontas pintadas en los labios.
Tres días después, la luna de miel comenzó.
Destinación: Santorini.
El cielo era de un azul irreal. Las casitas blancas con techos azules parecían salidas de un sueño. Jennie y Lisa caminaban tomadas de la mano por las callejuelas empedradas, deteniéndose a probar vino local, a besar en cada esquina, a reír con la naturalidad de quienes ya no tienen que fingir nada.
El hotel era privado, con vista directa al mar. Cada noche terminaba en la terraza, con copas de vino y caricias bajo las estrellas. Algunas veces hablaban del futuro. Otras, no decían nada... solo se perdían en los cuerpos de la otra, sin necesidad de palabras.
En una de esas noches, Jennie se sentó sobre Lisa, desnuda, con el cabello cayéndole por los hombros como seda negra. Lisa, tumbada en la cama, la observaba como si fuera arte.
Jennie le tomó las manos y las llevó a su cintura.
—Te elegí —dijo, seria, con los ojos clavados en los suyos—. Y lo haría mil veces más.
Lisa se incorporó, abrazándola por la cintura, pegando su frente a la de ella.
—Y yo a ti. Eres mi hogar, Jennie.
Y volvieron a amarse como si el tiempo no existiera.
...
Casa Kim-Manobal

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Mr. General | JenLisa
FanfictionJennie, una joven egocéntrica y rica, se ve obligada a compartir su vida con Lisa, la implacable y fría militar y ahora su guardaespaldas asignada por sus padres. A medida que la protección se convierte en un juego peligroso de atracción y deseo, a...