11. Lazos de sangre

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Desperté sin saber si era de día o de noche. El cuarto estaba en penumbras, lo cuál ya era normal en mi vida a éste punto. Tenía la cabeza aturdida, no de resaca, sino de él. De todo lo que venía sucediendo, no había tenido tiempo de procesar nada, pero fluía cómo si no me estuviera metiendo en la boca del lobo.

Había pasado una semana desde la primera vez que Guido se había quedado voluntariamente a dormir conmigo, desde que todo se fue a la mierda . El rubio seguía apareciendo, cada noche, cada madrugada, como si necesitara estar cerca mío para respirar. Aunque, a pesar de mis intentos, y su adicción a mi sangre, no había vuelto a morderme.

Estaba enredada en las sábanas, los brazos helados de Guido estaban aferrados a la piel de mi cintura y su rostro estaba cómodamente descansando en mi pecho. Me tomé un segundo de inhalar su aroma, su perfume ya se había impregnado en gran parte de mi casa a éste punto, en mis sábanas, en mi piel. Aquella sensación me daba la falsa seguridad de que todo estaba bien. Y entonces escuché los golpes en la puerta. Primero suaves, después, más insistentes.

Me levanté de mala gana, haciendo el intento por no despertar al mayor.

—Abril... —Era Julia. Mi mejor amiga. Mi cable a tierra, o al menos, eso era antes. Caminé en su encuentro arrastrando los pies hasta la puerta. La abrí sin pensar demasiado, soltando un bostezo, aún adormilada. —Flaca, estás viva, me tenías re preocupada.

—¿Qué hacés acá? —murmuré, más por fastidio que sorpresa.

—¿me preguntás eso en serio? Desapareciste, no me contestás desde la fiesta. ¿Estás bien? ¿Qué carajos te pasa? —No respondí. No sabía por dónde empezar. Ella ingresó rápidamente a mi casa sin ninguna autorización, recorriendo el living con la mirada, buscando una prueba de algo. Y la encontró. —¿Por qué está todo tan oscuro? Tenés todas las ventanas tapadas...parece la casa de un adicto.

—No, ju, ¿qué hacés?—Solté en cuanto ella estiró la mano hacia una de las cortinas, tironeando de ella en un intento de abrirla, logrando que yo aparte su mano bruscamente. Mi tono salió más fuerte de lo que pensaba, casi un grito. Ella frunció el ceño inmediatamente. —. No abras, no me gusta la luz.

—Abril...vos amas la Luz, ¿me estás jodiendo? —Ella dio un paso atrás, mirándome como si estuviera viendo a otra persona. Y tal vez lo estaba haciendo. Yo ya no era la misma. —Gastas la mitad de tu sueldo en plantas, elegiste este apartamento por los ventanales, ¿de qué carajos me estás hablando?

Entonces lo escuchamos.

—¿Por qué tanto ruido?—La voz de Guido hizo eco en toda la sala. Se asomó por el pasillo, semidesnudo. Su presencia era una provocación andante. —¿todo bien, linda?

Julia se quedó helada. La mandíbula le tembló de indignación.

—¿Por qué está Guido acá?

Él sonrió, con esa sonrisa de mierda que no sabés si te seduce o te da miedo.

—Estoy haciendo que tu amiguita se olvide de contestarte.

—Ah, perfecto —disparó Julia, cruzando los brazos. No esperó respuesta. Se dio vuelta y se encaminó hasta la puerta dejándome con el corazón latiéndome en la garganta. —. Vine para saber si estabas bien...si necesitas algo llamame, yo sí te voy a contestar.

La puerta se cerró de golpe detrás de Julia. El portazo resonó en todo el departamento, me quedé parada un segundo, en el pasillo. Me cubrí la cara con las manos, y por un momento quise borrar todo.

Julia tenía razón, estaba desaparecida, no le contesté un solo mensaje en días. No porque no quisiera, o capaz sí. Había algo de este nuevo mundo que me atrapaba, me hacía olvidar que había mucho más que Guido en mi vida.

ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora