-¿Quién es mi Omega? -gruñó Harry, su voz grave, ronca, con un filo de amenaza en cada palabra.
Draco no respondió de inmediato, su orgullo luchando contra su cuerpo.
Entonces un dedo lo rozó justo ahí, provocándole un espasmo que lo dejó sin aire...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Ron subió a la torre de astronomía sin saber muy bien por qué.
Tal vez para despejarse, o tal vez porque su instinto protector lo llevaba directo hacia donde había dolor.
Siempre había sido así.
Y ese día, el dolor estaba en forma de Theo Nott, acurrucado contra una columna de piedra, con la cara entre las rodillas, llorando en silencio.
Ron frunció el ceño.
—¿Nott?—
Theo alzó la vista.
Sus ojos estaban hinchados, su expresión derrotada.
El collar que llevaba al cuello—negro, mágico, con una runa centelleante en rojo— soltó un pequeño destello.
Ron escuchó un leve clic seguido de una chispa azul.
Theo se encogió como si le hubieran clavado una aguja en la nuca.
—¿Qué haces aquí?—murmuró Nott, con la voz rota.
—Eso te iba a preguntar yo—respondió Ron, acercándose con cautela, su instinto empujándolo a calmar más que a juzgar.
Theo soltó una risa amarga.
—Me van a mandar a Azkaban, unos meses tal vez más.
Dicen que necesitan dar un ejemplo—Tocó el collar con los dedos temblorosos—Este trasto me suelta una descarga si mis niveles hormonales suben o si, si intento algo.
Ron se sentó junto a él en el suelo, dejando que su aroma se liberara despacio.
A té de jazmín, Pan de Higos recién hechos y algo muy, muy cálido.
Como un abrazo que no pedía nada a cambio.
Theo se tensó un momento y luego suspiró.
Su cuerpo se relajó apenas, los hombros bajaron, y por un segundo pareció solo un chico perdido.
No un criminal.
No un Alfa roto.
—Sé que lo que hice está mal… muy mal —murmuró Theo—Pero no quería que terminara así, No quería ser un monstruo.
Ron no respondió de inmediato.
Solo lo miró.
Y luego, de forma inesperada, le ofreció un pañuelo algo arrugado que tenía en el bolsillo.
—No soy juez, pero sí sé que todos podemos cambiar si de verdad queremos.
Fue entonces que escucharon pasos. Ron giró la cabeza, alerta.
Y ahí estaba Blaise Zabini, saliendo de las sombras con esa caminata lenta, calculada y ojos muy, muy puestos en Ron.
—Vaya, Weasley, no sabía que tenías este efecto calmante tan delicioso—dijo Blaise con su voz grave, tan segura que Ron rodó los ojos automáticamente.