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Katherine Mora amaba escribir sobre el amor y aprovechaba su talento cobrando por cartas y poemas en su escuela. Todo iba bien hasta que Addison le pidió ayuda para conquistar a Owen Cooper, su mejor amigo. Katherine aceptó, incluso ofrec...
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No había tanta gente en la cancha pero si la suficiente para que se burlaran del equipo perdedor.
Owen estaba en el centro, estirando como si estuviera en una competencia de yoga, y Malachi trataba de hacer un calentamiento que, francamente, parecía más una rutina de baile improvisada.
—¿Así que son profesionales? —dijo Addison, mirando el campo con una mezcla de curiosidad y algo de miedo. Su mirada se detuvo en los chicos, que ahora intentaban formar un círculo para practicar pases.
—Eso dicen. Este es el momento en que Owen intenta demostrar que sabe algo de fútbol. Aunque, sinceramente, no sé si va a durar mucho. —reí, mientras miraba a los chicos haciendo lo que podían.
—¿Tú crees que él me note? —preguntó Addison, mientras nos sentábamos en las gradas.
—Claro que lo hara, ¡Hasta te va a dedicar un gol! —bromee, mientras miraba a los chicos correr hacia el balón y tropezarse entre ellos— Pero honestamente, si no nos matamos de risa primero, eso ya es un milagro.
En ese momento, Owen, que intentaba hacer un pase largo, terminó pateando el balón directamente hacia su propio compañero, Miguel, quien no estaba preparado para lo que venía. El balón lo golpeó en la cara, enviándolo al suelo como si fuera una escena sacada de una película de comedia.
—¡Miguel! —grité, riendo mientras se levantaba, frotándose la cara.
—¡¿Qué pasó?! ¡¿Estás bien?! —gritó Owen, corriendo hacia él, mientras los demás intentaban no explotar de risa.
—Creo que el balón me ha hecho un favor, me dejó sin palabras por un momento —respondió Miguel, levantándose y tratando de mantener el equilibrio.
—¡Bien, chicos! —grité con sarcasmo—. ¡Sigan así, y les vamos a ganar hasta a un equipo de abuelos!
Addison estaba completamente doblada de risa, y yo no podía dejar de reírme mientras veía el caos de su calentamiento.
Ninguno parecía tener idea de lo que hacía, pero lo intentaban con todo su corazón. El balón pasaba por encima de las cabezas, se deslizaba hacia los lados y, en un momento, William, uno de los chicos del otro equipo, se acercó a burlarse un poco.
—¡Vaya, parecen un desastre! —dijo, con una sonrisa burlona—Esto va a ser un paseo para nosotros.
Pero en lugar de intimidarse, Owen se sacudió el polvo, y con una mirada desafiante, levantó el dedo en señal de advertencia.
—No subestimen a los chicos que nunca han jugado. Vamos a sorprenderlos.—Owen se giró hacia su equipo—¡Este es nuestro momento!
—¡Exacto! —dije desde las gradas, levantando las manos—
