What do you want from me? Why don’t you run from me? What are you wondering? What do you know?”
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឵឵឵឵឵ ឵឵឵឵឵឵឵឵឵឵ ឵ ឵឵឵឵឵ ឵឵឵឵឵឵឵឵឵឵ Aquel omega está sentado solo en una sala de juicio que no le pertenece.
El tribunal huele a madera vieja y perfume caro. Las paredes son demasiado altas, el aire demasiado limpio como para ser suyo. A él lo arrastraron desde el barro, con el alma sucia y un historial que los periódicos ya despedazaron en portada.
La prensa no tardó en bautizarlo:
—El Omega oportunista. —Un chico de barrio que se casó por dinero. —Una madre negligente. —Un farsante que arrastró a unos hijos a una mentira legal. —Un Omega que se aprovechó de la fortuna de Hwang In-ho. —Que mató a su Alfa. —Que robó a sus hijos. —Que se quedó con todo.
Dicen muchas cosas. Cada palabra le arranca un pedazo de piel.
Gi-hun no se mueve. No responde. No lo necesita.
Está presente, pero ausente. Vestido con ropa palida, las mangas le cuelgan como si su cuerpo hubiera encogido de tanto resistir. Y, sin embargo, sostiene un sobre manila entre las manos. Apretado. Sudado. Su única carta. Su única arma.
La juez carraspea: — Procedamos con la lectura del informe genético.
Un murmullo leve se extiende como una mancha de tinta. Los abogados de los Hwang fruncen el ceño. La mujer del traje azul intenta tapar la sonrisa con la mano, como si ya supiera el final. Como si supiera que nadie va a permitir que un Omega de barrio se quede con la fortuna de un cadáver millonario. Porque no hay tumba. No hay cuerpo. Solo cenizas... y rumores.
Gi-hun los mira. No tiembla. Pero sus nudillos están blancos como mármol.
Dentro del sobre, una línea impresa: Los gemelos son suyos.
No fueron un invento legal. Los parió él. Con dolor. Con fiebre. Con miedo. En una cama fría, donde In-ho nunca se sentó. Donde nunca lo acompañó.
El juicio avanza. La palabra “custodia” se repite como un veneno tibio.
Dicen que sin acta matrimonial, sin propiedad, sin apellido, no puede reclamar nada. Que sus derechos terminan donde comienza la herencia de los Hwang. Que no es madre ni padre. Solo portador.
Pero Gi-hun no se quiebra. Ya no lo miran como humano. Entonces, tampoco se defiende como uno.
Nadie menciona los golpes. Ni los encierros. Nadie habla del miedo que le aprieta el pecho al oler perfume caro. Nadie se atreve a nombrar a Hwang In-ho por lo que realmente fue: un depredador elegante.