Me desperté con la boca seca y la cabeza hecha un lío. Me quedé quieta, con el cuerpo hundido en el colchón, repasando escenas en mi mente, todas desordenadas, todas sin respuestas. Guido y su control sobre todos quiénes lo rodeaban, la forma en la que me defendió de Patricio, y después...la terraza. La forma en que me miró, como si me viera por primera vez. Más allá de la sangre.
Me levanté mecánicamente, me lavé la cara, me até el pelo en un rodete y me puse lo primero que encontré. Tenía que ir al teatro, apretar el botón de modo automático y fingir que todo seguía igual.
Apenas entré por la puerta de la sala, el olor a madera y telones me dio una mínima sensación de hogar, pero duró muy poco.
Ni bien ingresé me crucé con Clara, la asistente de dirección, la misma que hace unos días me trajo medialunas sin que se las pidiera, hoy me miró sin saludar, los brazos cruzados y la ceja levantada.
—¿Me explicás por qué no apareciste ayer? Ni un mensaje mandaste. Estábamos todos cubriendo tus cosas —Me increpó, sin levantar la voz, pero con un enojo notorio en su semblante, lo cual me hizo contener la respiración por un momento. —. Para que ésto funcione tenemos que poner el mismo compromiso, sinó es imposible.
—Perdón...se me complicó —respondí, sintiéndome cada vez más ajena a mi propio cuerpo.
Me fui a esconder entre las escenografías y apuntes de utilería. Pero nada me acomodaba. Los ruidos del ensayo, las voces, el golpeteo de los tacos sobre el escenario...todo sonaba distante. Me sentía incómoda en lo que hasta hace unos días solía ser mi lugar en el mundo.
Las palabras no me tocaban. Ni siquiera el tacto de las telas me resultaba familiar. Estaba ahí, pero no estaba. Me movía, hablaba, pero no me sentía presente.
¿Qué me está pasando?
En medio de ese estado medio fantasma, uno de los actores nuevos, Martín, se acercó para preguntarme algo del vestuario. Pero antes de que dijera nada, me miró fijo y largó una frase rarísima.
—Tené cuidado con lo que dejás entrar a tu vida, cualquiera puede fingir ser amable.
Me quedé helada.
Iba a preguntarle qué quiso decir, pero ya se había dado vuelta y estaba probándose una campera para la escena siguiente, como si nada.
El resto de la jornada ni siquiera la puedo recordar con exactitud, no estuve presente en ningún momento. No era la vergüenza por haber faltado, o la incomodidad por el enojo de mis compañeros. Ojalá fuera eso, más bien era que no me podía importar menos lo que ocurriera con aquél lugar.
Cuando volví a casa, ya era de noche. Cerré la puerta con llave y me saqué los zapatos sin prender ninguna luz. Sentía el cuerpo agotado, como si algo me estuviera consumiendo de adentro hacia afuera.
No me sorprendí al verlo.
Guido estaba ahí. Sentado en el piso del living, con la espalda contra la pared, las manos entrelazadas sobre las rodillas. Mirando un punto muerto. Parecía que llevaba horas así.
—Hola...estaría bueno que avises que venís algún día —le comenté, sin acercarme. Se sobresaltó. Después me miró como si no esperara que le hablara. —¿Estás bien?
—Sí...o no. —Se pasó una mano por el pelo y desvió la mirada. —¿Qué sé yo?
—Guido...
—No tendría que haber venido —murmuró, y se levantó de golpe. Lo vi tambalearse un poco. Tenía los ojos oscuros, ojerosos y el cuerpo tenso como si estuviera al borde de romperse. —. Perdón, me tengo que ir.

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ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAG
VampireElla siempre había deseado que finalmente aquellos ojos que tanto admiraba un día se fijaran en su dirección. Observaba embelesada como sus manos recorrían aquella guitarra, con su cabello rubio descansando sobre sus hombros y su semblante enigmátic...