Dante Lombardi lo tenía todo: una prometedora carrera, un futuro estable y la mujer con la que planeaba casarse... hasta que la encontró en la cama con su mejor amigo.
Atrapado entre el orgullo y la rabia, tiene la certeza de que el amor no es más q...
—Dante, tienes que salir. No pienso discutir contigo toda la noche.
Me cruzo de brazos mientras me apego al marco de la puerta. Ladeo la cabeza mientras lo observo debatirse frente al espejo.
Lleva diez minutos —diez malditos minutos— quejándose en silencio mientras termina de ajustarse el disfraz. Y no es que no le quede bien... de hecho, ese es precisamente el problema.
Le queda demasiado bien.
Dante decidió —en un acto impulsivo y probablemente inconsciente de crueldad— vestirse de pirata. Pero no cualquier pirata. No. Uno de esos sacados de una película, con camisa blanca semiabierta que deja ver la maldita perfección que tiene por pecho, pantalones ajustados, botas negras y ese maldito cinturón que cae en su cadera como si hubiera sido diseñado para tentar a cualquiera que lo vea.
—No puedo creer que me dejé convencer de esto —gruñe, pasándose una mano por el cabello despeinado, mientras me lanza una mirada de advertencia a través del espejo—. Me veo ridículo.
—Ridículamente sexy, querrás decir —respondo sin pensarlo, y cuando noto lo que acaba de salir de mi boca, me arrepiento.
El ceño fruncido de Dante se va para ser sustituido por una mirada divertida y una sonrisa traviesa.
—¿Así que sexy, uh?
—Olvídalo —digo girándome para salir—. Tenemos que irnos o llegaremos tarde.
Antes de que siquiera pueda dar un paso, siento sus manos en mi cintura, su aliento me golpea el cuello y todo mi cuerpo reacciona ante él
—No puedes decir que me veo sexi y luego huir —advierte, siento la presión de sus brazos rodearme la cintura y sonrío.
—Oh, por favor. Si sabe bien lo que provoca, señor Lombardi. —se ríe contra mi cuello y otro estremecimiento me recorre.
—Creo que podré decir lo mismo de usted, señorita de Luca —me hace girar con la mirada arrastrándose sin pudor sobre mi disfraz.
Porque si él parece salido de una fantasía de novela, yo no me quedé atrás.
Dante eligió mi disfraz, por supuesto. Un vestido de pirata corto, ajustado a la cintura, con corsé negro, falda de volados y botas altas. Y, por supuesto, un pañuelo atado a mi cabello y un maquillaje sutil pero lo suficientemente atrevido como para hacerme sentir que, efectivamente, esto es un juego peligroso.
Un juego del que no quiero salir.
—Vamos —digo finalmente, escapando de su mirada antes de que cometa alguna locura, como besarlo aquí mismo y cancelar la fiesta.
Pero cuando estamos a punto de salir, él me detiene en seco, sujetando mi muñeca con suavidad.
—Valentina.
Me giro, encontrándome con su expresión seria, casi dura.
—Solo... —hace una pausa, como si estuviera debatiéndose internamente—. Si algún imbécil te mira esta noche como no debe, te lo advierto —su voz baja, rasposa, se clava en mi piel—, no voy a responder por mis actos.
Mi corazón da un vuelco tan fuerte que siento que podría derretirme ahí mismo.
Sonrío, inclinando la cabeza.
—Tranquilo, capitán —bromeo—. Sabes defender lo que es tuyo, ¿no?
Sus ojos se oscurecen aún más.
—No tienes idea.
Y, juro por Dios...Estoy tan jodidamente perdida.
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