Capítulo 3 - Ecos que no se apagan

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El cielo aún estaba oscuro cuando Akaashi entró al pequeño café por la puerta trasera. El aire olía a café tostado y a madera húmeda, como siempre. Familiar. Cálido. Seguro.

Pero nada dentro de él era seguro esa mañana.

—Llegaste temprano —dijo Hinata, ya en la barra, con su delantal puesto.

Akaashi lo miró. Se veían… normales. Como si el universo no hubiera temblado hace unos días. Como si sus cuerpos no hubieran despertado verdades que no sabían que existían.

—No podía dormir —respondió sin más, mientras dejaba su mochila detrás del mostrador.

Hinata bajó la mirada, jugueteando con una taza vacía entre las manos.

—Yo tampoco.

Un silencio se impuso entre los dos, solo interrumpido por el leve zumbido de la cafetera.

—Desde ese día… —comenzó Hinata— no dejo de pensar en él. En Kageyama.

Akaashi apretó los labios.

—Es normal. Es parte del instinto. Te marcó con la mirada, con la presencia. Tu cuerpo lo reconoció.

—¿Y si no fue solo el cuerpo? —preguntó en voz baja—. ¿Y si también fui yo?

Akaashi se congeló.

—Hinata…

—No estoy diciendo que lo quiera. Ni que confíe en él. Solo… algo dentro de mí se activó. Y no sé cómo apagarlo.

Akaashi comprendía. Porque desde que Bokuto lo miró a los ojos… sentía que algo dentro de él también estaba latiendo con otro ritmo.

Pero no estaba listo para admitirlo. No aún.

—Vamos a centrarnos en el trabajo hoy, ¿sí? —dijo, tomando aire—. No podemos dejarnos consumir por esto.

Hinata asintió, pero con una sonrisa triste.

—Ya estamos consumidos, Kei. Solo intentamos que no se note.

Y mientras comenzaban a preparar los pedidos de la mañana, ambos sabían que estaban viviendo como en una pausa…
Una pausa tensa, inevitable, antes de que el destino volviera a tocar la puerta.

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El motor del carro rugía bajo sus pies mientras avanzaban por la autopista. Kageyama iba al volante, con la mirada fija en el horizonte, los nudillos blancos de tanto apretar el manubrio.

Bokuto estaba en el asiento del copiloto, recostado con una mano en la barbilla, observando el cielo gris por la ventana.

Ninguno había dicho una palabra desde que salieron del restaurante.

Hasta que Bokuto habló, con voz grave:

—Ese omega… Akaashi.

Kageyama giró apenas el rostro, pero no dijo nada.

—No sabía que me podía afectar así. Nunca me pasó. Pero cuando me miró… sentí que algo en mí se rompía. Que lo necesitaba, Tobio.

Kageyama exhaló lentamente.

—No eres el único. Hinata me hizo sentir lo mismo. Como si mi cuerpo lo hubiera estado buscando desde siempre… y por fin lo encontró.

El silencio volvió, pero esta vez estaba lleno de electricidad. De instinto. De hambre contenida.

—¿Y qué piensas hacer? —preguntó Bokuto con los ojos clavados en él.

Kageyama frunció el ceño.

—No lo sé. No quiero forzarlo. Pero tampoco puedo quedarme quieto. Lo sentí, Kou. Me eligió. En su caos, en su miedo… me eligió a mí.

—Akaashi me odia —confesó Bokuto con una sonrisa amarga—. Y ni siquiera sabe aún lo que es. Su cuerpo lo grita, pero su mente lo niega.

—Van a pelearlo —murmuró Kageyama.

—Sí.

—Y nosotros también.

Bokuto giró la cabeza hacia él, sorprendido.

—¿Nosotros?

Kageyama asintió lentamente.

—Pelear contra nuestro instinto. Contra la urgencia de marcar. De reclamar.

—Tch… eso no es lo difícil —respondió Bokuto con voz grave—. Lo difícil es no correr hacia ellos ahora mismo y no dejar que se escapen.

Un nuevo silencio. Más oscuro. Más crudo.

Y entonces Kageyama giró en una calle que llevaba a su edificio de oficinas.

—Hoy firmamos el contrato con los inversionistas —dijo como si nada—. Nos necesitan cuerdos, serenos. Así que mejor respira, Bokuto.

Bokuto bufó.

—Sereno, mis huevos. Desde que lo vi, no sé lo que es la serenidad.

Ambos rieron. Pero debajo de esas risas…

El instinto seguía ahí.

Latente.

Esperando.

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La sala de reuniones estaba vacía.

Las luces tenues iluminaban apenas el mármol oscuro de la mesa. Bokuto se paseaba de un lado a otro, inquieto, mientras Kageyama se servía café con movimientos lentos y calculados.

—Esto es una locura —gruñó Bokuto, cruzándose de brazos—. No puedo dejar de pensar en él. En su voz, en cómo me miró, aunque fuera con rechazo.

—No es rechazo —respondió Kageyama sin mirarlo—. Es miedo. Y negación. El instinto les está hablando y no lo entienden todavía.

Bokuto se dejó caer en una de las sillas giratorias, dejando escapar un suspiro cargado de ansiedad.

—¿Y qué hacemos, Tobio? ¿Nos quedamos sentados esperando?

Kageyama sonrió, de lado.

—Nunca fuimos de los que se quedan esperando.

Ese tono hizo que Bokuto levantara la cabeza. Lo conocía demasiado bien.

—¿Tienes un plan?

—Más bien una estrategia —corrigió Kageyama, dejando la taza sobre la mesa con un suave “clac”—. Si los enfrentamos de frente, van a correr. No están listos. Así que hay que ir despacio… pero con intención.

Bokuto arqueó una ceja.

—¿Despacio tú? Esa sí que es nueva.

—Cállate —masculló, aunque se le escapó una risa breve—. Escucha. Vamos a observarlos. Descubrir qué les gusta, dónde trabajan, cómo se mueven. No para espiarlos… sino para conocerlos. De verdad. Y una vez que tengamos eso claro… empezamos a acercarnos. Amistades. Detalles. Confianza.

—Y luego seducción —añadió Bokuto, ya más animado.

—Exacto —afirmó Kageyama, y sus ojos brillaron con decisión—. No vamos a marcarlos por impulso. Vamos a hacer que quieran ser marcados por nosotros.

Bokuto se puso de pie con una sonrisa de lobo.

—Esto ya me gusta más. ¿Y si el primero que se gane al suyo le paga la cena al otro?

—¿Una competencia?

—¿Acaso hay otra forma de hacerlo?

Kageyama entrecerró los ojos, con una sonrisa que era puro fuego.

—Acepto. Pero ten cuidado, Kou… Hinata ya me eligió sin palabras.

—Y Akaashi me odia… lo que solo significa que le importo demasiado.

Ambos se estrecharon la mano, como si firmaran un contrato invisible.

La guerra por el corazón de sus omegas… había comenzado.

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Dos mundos, un latidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora