¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
— 🍂 ᴘʀᴏᴛᴇᴄᴛɪᴏɴ
El mundo seguía girando. La lluvia seguía cayendo sobre Forks con su rutina gris y constante. Pero para Kalani... todo se había detenido.
Estaba en el sofá de Emily con Seth, acurrucados bajo una manta mientras una película antigua sonaba de fondo, pero ninguno de los dos la estaba viendo. Seth trataba de hacerla reír, como siempre. Se había convertido en su escudo, su abrigo, su escape.
Ese día le contó una historia absurda de cuando Jared se resbaló con un helado en la tienda y todos pensaron que le había dado un infarto. Kalani se rió. De verdad. Por un segundo, creyó que podía fingir que todo estaba bien.
Hasta que sonó la notificación en su celular.
El sonido fue agudo. Pequeño. Inofensivo. Pero cambió todo.
Kalani no quiso mirarlo al principio. Lo ignoró, como si eso fuera a detener el destino. Pero algo la obligó. Una intuición cruel. Un temblor en el pecho.
Desbloqueó el teléfono. Leyó el mensaje. Y el aire se fue. Así, como si alguien le hubiera metido un puñal en el pecho.
"Confirmación de vuelo: Port Angeles - LAX. Jueves, 7:15 p.m. Check-in adjunto. Maleta incluida."
Seth notó que algo había cambiado. Su cuerpo, que hace un segundo estaba relajado, ahora estaba tenso como una cuerda a punto de romperse.
- ¿Kalani?
Ella no respondió.
Sus manos temblaban. Abrió el archivo adjunto. Dos boletos digitales. Uno para ella, otro para su equipaje. Y una hora. Una fecha. Una despedida escrita con letras negras sobre fondo blanco.
Tres días. Setenta y dos horas. Cuatro mil trescientos veinte minutos.
Kalani soltó el celular. Cayó sobre su regazo como si quemara.
Y entonces... se rompió.
Primero un sollozo bajo, casi contenido. Luego, un llanto crudo, violento, desgarrador. Se cubrió el rostro con ambas manos y se dobló sobre sí misma, como si el dolor fuera físico, como si algo la estuviera arrancando desde dentro.
Seth la tomó en brazos de inmediato. Se asustó. Nunca la había visto así. Ni siquiera cuando Victoria la persiguió en el bosque, ni cuando estuvo a punto de morir. Esto era diferente. Esto era rendición. Era dolor puro, sin defensa.
- Ey, ey... estoy aquí, estoy contigo - Susurró, abrazándola tan fuerte que pensó que podía pegar los pedazos rotos de su alma con sus brazos - Estoy aquí, Lani...
Pero ella no podía escucharlo. Sollozaba como si el alma le saliera por la garganta. Le temblaban los hombros, el pecho, los labios. No podía hablar. Solo repetía, entre lágrimas, una y otra vez: