Capítulo 20 - Amigos, ¿no?

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La puerta de la Sala de los Menesteres se abrió con un quejido profundo de la magia que no sabía si permitir o no lo que estaba a punto de ocurrir

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La puerta de la Sala de los Menesteres se abrió con un quejido profundo de la magia que no sabía si permitir o no lo que estaba a punto de ocurrir.

Sirius entró primero.

Snape lo seguía con la varita desenfundada y los ojos como cuchillas.

El lugar olía a sangre, sudor, y feromonas de furia alfa.

En medio del lugar, sobre el suelo encantado de la sala, Theo Nott estaba tirado, moribundo.

El rostro golpeado, el labio partido, el ojo hinchado.

El abrigo desgarrado.

Apenas podía moverse, con un gruñido bajo saliéndole del pecho.

Y frente a él, de pie, con el puño aún ensangrentado y el cabello alborotado, estaba Harry Potter.

El aura de magia cruda que salía de su cuerpo era como un incendio contenido.

Su olor alfa dominaba la sala como una tormenta eléctrica.

-Muy bien, Theo-dijo Harry, con la respiración agitada pero la voz peligrosamente calma-Ahora seremos amigos, ¿no?-

Theo no contestó.
Solo soltó un quejido.

Harry sonrió.

Una sonrisa torcida, oscura, de esas que no parecían suyas, sus ojos verdes centelleaban.

-¿Qué dijiste, eh? ¿"Amigos", Nott? O... ¿no querrás que te vuelva a partir la jeta?-

Sirius abrió los ojos como platos.

-¡Harry James Potter!-
-por un demonio Jaimy-

Harry giró la cabeza con lentitud, sin soltar esa sonrisa torcida.

-Hola, padrino. ¿Ves? Estoy enseñándole modales-

Snape caminó directo a Theo, agachándose para ver el daño.

Soltó una maldición al ver una costilla sobresalir del lado izquierdo.

-Estás completamente desequilibrado, Potter-

-Y tú tienes suerte de que todavía no lo termine de enterrar-respondió Harry con voz gélida-Pero Draco está bie, y por eso, Theo todavía respira-

Sirius respiró hondo, claramente sin saber si estar orgulloso o preocupado.

-¿Quieres decirme qué demonios pasó?

Harry se pasó la mano por el cabello, aún manchado de sangre.

-Tocó a Draco. Lo forzó con feromonas. Intentó...-se detuvo, apretando los dientes-Lo obligó a un inicio de celo-

Sirius soltó un gruñido.

Snape palideció.

Se puso de pie lentamente.

-Tendré que llamar a sus padres.

Harry caminó hacia la salida, los pasos lentos pero firmes, como si hubiera acabado de terminar un ritual.

Se giró antes de cruzar el umbral.

-Por cierto, Snape...

El hombre lo miró.

Harry sonrió sin humor.

-Dígale a Nott que la próxima vez, no me molesto en dejarlo vivo-

Y con eso, salió de la Sala de los Menesteres.

Camino directo a la enfermería.
A su Omega.

Harry caminaba por los pasillos con el nudo en el estómago ya deshecho.

Theo estaba fuera de combate, Draco estaba a salvo, y él... bueno, él estaba más cerca del borde de la locura que nunca, pero tranquilo por ahora.

Justo al doblar hacia la enfermería, Sirius le dio un coscorrón en la cabeza.

-¡Auch! ¿Qué fue eso?-gruñó Harry, sobándose.

-¡Por casi matar a un alumno, idiota!-dijo Sirius con cara de "soy tu padrino pero también tu figura paterna y te reviento si me das un susto más"-¿Y sabes qué? Si Snape no me escribía, yo ni me entero. ¿¡Estás loco!?-

Harry sonrió, casi como un niño atrapado con la mano en la galleta.

-Un poco-

Sirius le gruñó, pero en el fondo le brillaban los ojos.

Conocía ese tipo de locura.

Él mismo la había sentido por James, por Remus. La de los que aman hasta el borde.

Ambos llegaron a la enfermería.

Dentro, todo era silencio, salvo los pasos suaves de Madame Pomfrey.

Draco estaba recostado, cubierto con mantas finas, su cabello perfectamente peinado-como si ni en cama permitiera verse mal-
Y junto a su cama, Narcissa Malfoy.

Impecable.

Intimidante.

Bella como una estatua de hielo.

Harry tragó saliva.

Sabía quién era ella.

Y sabía que estaba a punto de enfrentarse a una madre Omega que acababa de enterarse que su hijo había sido atacado.

Y que estaba siendo cortejado por Harry Potter, nada menos.

La mujer lo miró.

Desde la punta del cabello despeinado hasta las botas manchadas de sangre seca.

-Usted debe ser... Potter-dijo Narcissa, en un tono que no era exactamente hostil... pero tampoco amistoso.

-Sí, señora-respondió Harry, intentando componer su postura.
Sirius a su lado soltó una risa por lo bajo.

Draco, desde la cama, habló por primera vez:

-Madre, no lo mates. Es mío-

Narcissa lo miró y luego volvió a mirar a Harry. Al ver el collar de cortejo brillando sobre la garganta de su hijo, suspiró muy hondo.

-Supongo que es verdad, entonces -murmuró-Eres tú quien me está robando al pequeño dragón.

Harry se atrevió a sonreír.

-No se lo robo, señora, él me tiene completamente dominado-

Draco hizo una mueca de superioridad, medio dormido y disfrutando del show.
Sirius soltó una carcajada que hizo temblar los frascos de pociones.

-Dioses, está enamorado. Ay, Lily, si vieras esto-

Harry ignoró el comentario y se acercó lentamente a la cama. Draco lo miró desde la almohada, la piel pálida, el ego intacto.

-¿Le rompiste la cara a Theo?-susurró Draco, con tono de satisfacción.

-Cada hueso que pude -dijo Harry con una sonrisa salvaje-Y si me hubieran dejado más tiempo-

Draco suspiró, teatral.

-Qué romántico, Potter-

Narcissa rodó los ojos.

Sirius soltó otro coscorrón a Harry, que solo se rió.

-¿Qué? Uno más y lo entierro bien-gruñó Harry, sin apartar la mirada de Draco.

Y Draco sonrió.

Porque en el fondo, adoraba a ese alfa salvaje, peligroso, y totalmente suyo.

𝓗𝓪𝓻𝓬𝓸-𝓞𝓶𝓮𝓰𝓪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora