Capítulo 1 - Olor a cambio

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El cielo amaneció gris, con ese aire cargado que anunciaba tormenta. Pero en el pequeño apartamento de dos habitaciones que compartían Hinata Shoyo y Akaashi Keiji, la vida seguía como siempre: con prisa, con ruido y con el aroma a pan tostado.

—¡Hinata! ¡Despierta, idiota! —la voz de Akaashi venía desde la cocina, entre el silbido de la tetera y el crujir del pan en la tostadora—. ¡Ya son las siete y media!

—¡Cinco minutos más! —murmuró Hinata desde el colchón que estaba tirado en el suelo. Ni siquiera se había molestado en subirse a la cama esa noche—. Mi cuerpo no quiere ser pobre hoy…

Akaashi resopló con una sonrisa cansada. Sabía que Hinata decía esas cosas en broma, pero en el fondo, ambos cargaban el mismo cansancio. Vivir con lo justo no era una tragedia, pero sí una batalla constante. Él trabajaba en la cafetería de día y daba clases particulares por las noches. Hinata, por su parte, era repartidor, ayudante en un taller mecánico y, ocasionalmente, corredor callejero cuando necesitaban dinero urgente.

Ambos eran betas, o eso habían pensado toda la vida.

—Come algo, por favor —le dijo Akaashi mientras le dejaba una taza de té y una rebanada de pan con mantequilla en el suelo, cerca de su colchón—. Hoy empieza tu turno más temprano, ¿no?

—Sí… el taller está hasta el otro lado de la ciudad. —Hinata se incorporó y frotó su cabello desordenado—. ¿Y tú?

—Café Hoshi. Otra jornada de diez horas con clientes insoportables.

Hinata se rió bajito. Por más mal que estuvieran, por más complicado que se volviera el día a día, tener a Akaashi lo hacía todo más llevadero.

Ninguno de los dos sabía que ese día todo cambiaría.

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A kilómetros de ahí, en una torre de cristal que rozaba las nubes, Kageyama Tobio se abrochaba los gemelos de su camisa blanca, con movimientos precisos y silenciosos. Frente al espejo, su expresión era neutra, su mirada gélida. Era un alfa de los que no necesitaban gritarlo: su presencia lo decía todo. Poderoso, joven, con una mente afilada como navaja.

Detrás de él, Bokuto Koutarou apareció como una tormenta: sonrisa amplia, cabello alborotado, perfume caro.

—¡Tobiooo! ¡Te dije que no fueras tan formal! ¡Vamos a desayunar, no a una reunión con inversores!

—Voy como quiero, Bokuto —respondió sin girarse.

—Eres un maldito robot. —El mayor se acercó, apoyándose en el marco de la puerta—. Por cierto, ¿ya decidiste si vas a la sucursal del centro o a la nueva cafetería de barrio?

Kageyama se quedó en silencio un segundo.

—La del barrio. Quiero verla con mis propios ojos.

—¿Desde cuándo te importa una cafetería?

—Desde que mamá empezó a decir que yo no entiendo cómo vive la “gente real”. —La mueca de molestia apenas se notó—. Así que quiero ver de qué habla.

Bokuto alzó una ceja, divertido.

—Típico de ti. Pero bueno, te acompaño. Tal vez conocemos a alguien interesante. Aunque dudo que un omega decente ande por ahí, con tanto polvo y aceite de freidora.

—Tú y tu obsesión con los omegas…

—No es obsesión. Es biología. —Bokuto sonrió, mostrando los colmillos—. Algunos de nosotros queremos formar un vínculo real, Tobio.

El menor no respondió. Porque, aunque nunca lo decía en voz alta, algo dentro de él también lo deseaba.

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Eran las once de la mañana cuando Hinata llegó corriendo a la cafetería con su uniforme medio arrugado. Estaba empapado de sudor y su aroma a beta, cálido y usualmente relajado, parecía un poco más denso ese día.

—¡Llegaste! —Akaashi lo recibió con una servilleta en mano—. ¿Qué pasó? ¡Tu turno no empezaba aquí!

—Es que el taller no me necesitó y pensé en ayudarte —respondió, sacudiéndose el cabello—. Además, necesito distraerme. Me siento raro.

—¿Raro cómo?

Hinata dudó. El pecho le palpitaba. El aire se le hacía espeso. Sentía calor… un calor que no era normal.

—Como si… mi cuerpo no fuera mío —dijo, apenas en un susurro.

Akaashi frunció el ceño. Se acercó más, olfateando sutilmente. Y entonces lo notó. No era fuerte aún, pero el aroma estaba allí. No a sudor, no a cansancio… a algo más.

—Shoyo… creo que estás… —se interrumpió al ver la puerta abrirse.

Y el mundo se detuvo.

Kageyama Tobio y Bokuto Koutarou entraron como si el lugar fuera suyo. Ambos altos, impecables, y con un aura que gritaba “alfa” sin necesidad de palabras. Hinata se quedó helado. Su cuerpo reaccionó antes que su mente: la piel se le erizó, la garganta se le secó, y su aroma se intensificó al instante.

Kageyama giró la cabeza, lentamente.

Y sus ojos azules se clavaron en los de Hinata.

Fue un segundo. Apenas eso.

Pero fue suficiente.

Bokuto también lo notó, pero su atención se desvió a Akaashi. El beta lo observaba con una mezcla de sorpresa y desconfianza. Bokuto sintió una extraña punzada en el pecho.

—¿Nos pueden atender? —preguntó, acercándose a la barra.

Hinata apenas pudo asentir. Se movía como en automático, con el corazón latiendo como si fuera a salirse del pecho.

Ese no es un beta, pensó Kageyama. Ese chico es un omega… y está a punto de presentar su primer celo.

Y lo supo. Desde ese momento, supo que ya no habría marcha atrás.

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Dos mundos, un latidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora