4. Peligro |Parte 1|

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Abrí mis ojos lentamente, no tardando en ser azotada por un sinfín de estímulos. El ardor en el cuello fue lo primero, una punzada aguda, cálida, imposible de ignorar. Me llevé los dedos al lugar exacto, sintiendo la piel caliente, sensible, como si algo me hubiera picado o atravesado. Me costaba respirar, me costaba pensar. Estaba totalmente aturdida.

Y entonces lo vi.

Guido, sentado en una silla frente a mi cama. Parecía haber estado ahí toda la noche. Como si ese fuera su lugar natural. La penumbra lo rodeaba, pero su rostro estaba claro. Me miraba fijamente, con una intensidad que me heló la sangre. Sus dedos rozaban mi mejilla, lentos, suaves. Como si todavía estuviera en un sueño.

Me incorporé de golpe, alejándome de su contacto.

—Qué...—Mi voz salió más débil de lo que quería. El siseó, en un intento por tranquilizarme, mientras llevaba su índice a mis labios suavemente. —¿qué me hiciste?

Él mayor parpadeó. Como si mi pregunta lo hubiese descolocado totalmente. Lo vi fruncir el ceño, desconcertado por un segundo. Fue extraño. Por un momento, parecía perdido.

—No puede ser... —susurró.

—¿Qué cosa no puede ser? —Cuestioné de inmediato, sin darle tiempo a ordenar sus ideas. Me observó en silencio. Como si me analizara. Como si tratara de entender algo que se le escapaba.

—No tendrías que acordarte de nada. —Expresó de pronto, con notoria confusión en su semblante, yo suspiré pesadamente. Sentí un escalofrío treparme por la columna en cuanto esas palabras salieron de sus labios. —No tiene sentido.

—¿Qué mierda decís? —Increpé, acomodándome contra el respaldo de la cama, alejándome de su cuerpo, sin perder aquella sensación de sentirme acorralada. Mi vista se dirigió a la puerta de mi cuarto, aún entreabierta. Podría intentar escapar, pero algo en mí decía que no era buena idea. —¿Por qué no debería acordarme de nada?

Se recostó contra el respaldo de la silla. Su expresión cambió, volviendo a esa seguridad envolvente que tanto me enfurecía. Pero algo seguía fuera de lugar. No era solo pose. Había algo real en su sorpresa.

—Después de que tengo lo que necesito, las hago olvidar...—dijo, como si no fuera nada, mi corazón latía tan fuerte que dolía.— Es... parte del proceso. Parte del juego. Pero con vos no funciona.

—¿Qué es lo que necesitás de ellas? —Me atreví a vociferar, mi tono entrecortado, mi pecho subiendo y bajando exageradamente. La adrenalina corría por mis venas, y él...él mantenía una paz inquebrantable que me helaba la sangre. —¿Qué obtuviste de mí?

—No lo sabés todavía, ¿no? —me respondió con una sonrisa torcida, esquivando la pregunta con una facilidad que me dio ganas de gritarle—Pero me gusta eso. Me gusta que no tengas miedo.

Mentira. Lo tenía. Me atravesaba. Me quemaba por dentro. Pero no le iba a dar el gusto.

—¿Qué sos? ¿Qué buscás? —Sus pasos fueron lentos cuando se levantó. Cada uno más tenso que el anterior. Se acercó, y sentí de nuevo esa sensación particular, cómo si todo mi cuerpo vibrara en mi interior. Cómo si estuviese ebria de él. —¿Por qué yo?

—Podría vaciarte —susurró, cerca de mi cara—. Como a las otras. Pero no puedo...lo intento, pero algo no me deja.

—Entonces dejá de intentarlo —le dije, obligándome a sostenerle la mirada, aunque por dentro me temblaba todo. Su sonrisa fue apenas visible, pero ahí estaba, cómo siempre.

ESTADO SALVAJE - GUIDO SARDELLI | AIRBAGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora