-¿Quién es mi Omega? -gruñó Harry, su voz grave, ronca, con un filo de amenaza en cada palabra.
Draco no respondió de inmediato, su orgullo luchando contra su cuerpo.
Entonces un dedo lo rozó justo ahí, provocándole un espasmo que lo dejó sin aire...
Y su mente, cruel como era, no dejaba de mostrarle imágenes que no quería ver.
Draco Malfoy, jadeando, con la cabeza inclinada, el cuello expuesto, los labios entreabiertos susurrando:
"Alfa..."
Harry se aferró a su propio cabello, gimiendo con rabia. El dolor físico y la necesidad lo estaban rompiendo desde dentro.
-No es mío... no es mío... no lo quiero. No es mío...-repetía, como un mantra.
Pero su Rut no escuchaba razones. Su cuerpo había decidido. Y su mente estaba cada vez más débil.
Lo deseaba. Lo necesitaba. Lo odiaba.
Y aún así...
Si Malfoy se presentaba en ese momento ante su puerta:
Él no lo dejaría escapar.
El aire denso de la habitación parecía moverse en un torbellino alrededor de Harry, pero todo se sentía inmóvil, como si el mundo entero hubiera decidido detenerse solo para observar su agonía interna.
Sus feromonas lo inundaban, llenando el espacio con un aroma que ni siquiera él podía controlar.
Y la rabia... la rabia crecía.
El dolor de su Rut no era solo físico; era mental, emocional, algo mucho más profundo. Cada centímetro de su piel ardía con la necesidad de un alivio que no encontraba.
Gruñó, sus dientes brillaron, al igual que sus colmillos, largos y peligrosos.
Pero a pesar de todo, nada lo calmaba.
El fuego dentro de él no se apagaba. Nada lo apaciguaba.
Harry se sentó en el borde de la cama, temblando.
Sus colmillos dolían, como si estuvieran empujando hacia fuera, deseando algo.
¿Quién?
¿Quién más que Malfoy?
No lo entendía, pero lo sentía.
Lo deseaba.
Lo necesitaba en su interior.
Su mente ya había dejado de cuestionarlo, y el cuerpo le pedía más.
Cerró los ojos, jadeando con fuerza.
Se imaginaba a Draco allí, frente a él.
La imagen de Malfoy con los ojos desbordados de deseo, su cuello expuesto, esperando ser marcado, ser enlazado, ser dominado.
Harry no pudo evitarlo.
Se mordió el labio, y luego la piel de su propio brazo, casi con desesperación, como si pudiera liberar toda la angustia en ese dolor físico.
Pero ni eso le traía alivio.
Las Sabanas: Estaban empapadas en sudor.
No de él. De su propio deseo.
Y lo que más deseaba, lo que anhelaba, era que ese deseo estuviera dentro de Draco, que esas sábanas pegajosas llevaran su sabor, su olor.
Quería que Malfoy fuera quien los dejara marcados, que su presencia llenara cada rincón de ese cuarto con su esencia.
¡Maldito Malfoy!
Su cuerpo era un campo de batalla. La necesidad no se iba. La rabia no se iba. La frustración se apoderaba de él como nunca antes.
No podía desear a otro Alfa.
Eso era lo peor.
¡No podía! Malfoy no era suyo.
¡Malfoy no podía ser suyo!
Pero entonces, ¿por qué su cuerpo lo pedía?
¿Por qué lo quería más que a nadie? ¡Maldito Malfoy!
Harry no podía pensar con claridad. Cada pensamiento lo llevaba más lejos, como un torbellino, arrastrándolo.
Pero el qué y cómo se escapaban de su control, y la presión de su propio deseo lo estaba rompiendo, haciéndolo perder la razón.
Ya no pudo más. Gruñó, dejando escapar un grito bajo y frustrado.
Su cuerpo se tensó, la necesidad de morder, de marcar, de tenerlo dentro,era casi insoportable.
Quería a Draco en su cama, bajo él, en sus brazos, dejando una marca que lo dijera todo.
Quería enlazarlo.
Necesitaba enlazarlo.
Y aunque sabía que las probabilidades de que Malfoy se dejara dominar por él eran mínimas, la idea de perder el control sobre ese deseo lo estaba consumiendo.