-¿Quién es mi Omega? -gruñó Harry, su voz grave, ronca, con un filo de amenaza en cada palabra.
Draco no respondió de inmediato, su orgullo luchando contra su cuerpo.
Entonces un dedo lo rozó justo ahí, provocándole un espasmo que lo dejó sin aire...
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MEMORIAS.
Los pasillos del sexto piso estaban vacíos.
Las clases habían terminado, y la mayoría de los alumnos se encontraban en la sala común o en el Gran Comedor.
Pero no Harry.
Él caminaba con el ceño fruncido, las manos apretadas en los bolsillos de su túnica, el corazón golpeando con fuerza contenida.
Sabía que Malfoy lo estaba siguiendo.
Desde hacía días, lo sentía.
No era paranoia.
Era instinto.
Un roce de magia antigua, algo más primitivo.
Y cuando por fin se detuvo, al girarse hacia el eco de los pasos, lo encontró.
Draco Malfoy.
Recargado con despreocupación contra una columna, los brazos cruzados y esa sonrisa ladeada que Harry odiaba porque era la única que conseguía acelerarle el pulso.
-¿Te pasa algo, Potter? ¿O siempre caminas como si buscaras pelea?-provocó, la voz suave pero con filo.
Harry entrecerró los ojos. Se acercó sin pensarlo, los pasos lentos, firmes, como un depredador acercándose a su presa.
-Tú eres el que no sabe cuándo detenerse, Malfoy.
-¿Oh? ¿Y vas a detenerme tú, gran Alfa?-La palabra salió cargada de burla, pero había algo más.
Un dejo de algo distinto... ¿ironía? ¿Deseo? ¿Súplica?
La sangre de Harry rugió.
Y de pronto, lo sintió: esa descarga ardiente bajo la piel.
El alfa dentro de él despertó.
Las feromonas salieron sin control.
El aire se volvió más espeso, más pesado. Las paredes parecían latir con el mismo ritmo que su corazón.
Draco tragó saliva con fuerza, sus pupilas dilatándose al instante, su cuerpo tensándose como si le costara respirar.
-¿Q-qué estás haciendo...?-susurró, retrocediendo un paso.
Harry no contestó. Solo lo miró con esos ojos verde oscuro, casi negros, como si algo ancestral hubiera tomado el control. Como si no fuera él, sino su instinto el que caminaba, el que olía, el que deseaba.
Y ahí estaba.
Ese aroma.
Dulce. Floral. Peligrosamente adictivo.
Algo se quebró en él. La rabia, la confusión, la negación. Todo colapsó en ese segundo donde el mundo pareció detenerse.
Draco Malfoy, el "alfa dominante", olía a Omega. Pero no a cualquier Omega. A uno en estro... reprimido.
Harry no lo pensó. No podía pensar.
Se acercó con brusquedad, sujetó a Draco por la túnica y lo empujó contra la pared, pegando su cuerpo al suyo. Ambos jadeaban, ambos temblaban. El aire entre ellos vibraba.
Y entonces, Harry pasó la lengua por su cuello.
La piel de Draco se estremeció.
Un sonido suave, casi inaudible, escapó de sus labios.
-...Alfa...-susurró.
Fue apenas un murmullo, una exhalación cargada de algo primitivo.
Harry lo escuchó.
Su mente lo negó, pero su cuerpo reaccionó. Las garras invisibles del deseo lo aferraron al rubio.
Ambos tenían las pupilas dilatadas.
Verde oscuro contra azul acero con vetas grises.
-¿Qué demonios estás ocultando...?-murmuró Harry, la voz grave, casi animal, con la respiración pegada a su oído.
Pero no hubo respuesta.
-¡POTTER!-La voz de Snape retumbó como un hechizo.
Harry fue apartado a la fuerza, apenas alcanzando a ver cómo Draco temblaba, con las mejillas enrojecidas, el pecho agitado, sus colmillos apenas visibles.
Snape lo empujó hacia atrás, furioso, pero Harry apenas lo escuchaba.
Todo lo que sentía era su aroma. Todo lo que quería... era volver a probarlo.
Y, por primera vez, temió que no pudiera detenerse la próxima vez.